San Virila: el monje que podía viajar en el tiempo.



Siempre hay algo mágico en poner los pies sobre un lugar en el que la tradición sitúa una leyenda. Lejos de poder comprobar si el relato se ajusta a la realidad o si por el contrario es fruto de la imaginación, de la exageración, o de ambas; es sobrecogedor pensar que te encuentras en el lugar en el que, supuestamente, se desarrolló la historia. La leyenda que nos ocupa, la de San Virila (1), está entre las que hacen referencia a un lugar concreto, existente y localizable: el monasterio de San Salvador de Leyre (2) en Yesa (Navarra).

LA LEYENDA
La existencia de Virila, protagonista de esta historia, está documentada. Nació en el año 870 en Tiermas (Zaragoza) y fue abad del monasterio de Leyre. En consecuencia, habría que situar el transcurso de este relato en la primera mitad del siglo X.

El abad Virila era un hombre profundamente místico al que desde hacía tiempo le inquietaba una duda: cómo la eternidad podía ir acompañada de un gozo permanente sin que el aburrimiento o la monotonía pusieran en peligro esa felicidad. Se preguntaba de qué modo Dios podía resolver esa paradoja.

Una tarde decidió dar un paseo por los bosques cercanos al monasterio para poder meditar acerca de esta cuestión. No había transcurrido mucho tiempo cuando encontró a un ruiseñor cantando sobre una fuente. Virila se quedó maravillado ante la extraordinaria belleza del animal y de su canto; y contemplando aquella pequeña pero magnífica obra de Dios se quedó dormido.

Despertó sobresaltado pensando que durante aquel sueño había descuidado sus obligaciones y se dirigió de inmediato hacia el monasterio. Durante el camino comenzó a notar algo extraño: los árboles, el camino, el paisaje en general, parecían haber cambiado. Con alguna que otra inesperada dificultad para completar el camino de regreso, llegó al monasterio. Éste tampoco era como él recordaba. Su aspecto, aunque sin duda era el mismo edificio, presentaba características que no se correspondían con sus recuerdos. Encontró la puerta cerrada y llamó.

Los temores del abad, lejos de disiparse, aumentaron. Apareció un monje al que no conocía de nada y cuyo hábito no era el de su orden. Éste, que tampoco reconocía al abad, no se mostraba muy partidario de permitirle el acceso. Esto desencadenó un revuelo que en poco tiempo provocó la llegada de varios monjes. Todos ellos portaban el mismo hábito y éste no era el de la orden a la que pertenecía Virila, que no era capaz de localizar ni un solo rostro familiar. Fue así como entendió que, por alguna misteriosa razón, se había convertido en un extraño en su propio monasterio.

Sin embargo, el nombre del abad, que insistía en serlo, llamó la atención de uno de los monjes. Éste recordó que mucho tiempo atrás, poco después de ingresar en el monasterio, escuchó una extraña historia acerca de un abad que trescientos años antes había desaparecido sin dejar rastro. El entonces abad decidió buscar en el archivo y, en efecto, encontró referencias a un abad, el abad Virila, que una tarde salió a dar un paseo para no regresar jamás.

Virila comprendió entonces que aquella era la respuesta de Dios a sus inquietudes. La vida eterna era tan maravillosa que trescientos años pasaban como unas pocas horas. Completó su relato a los monjes y todos acudieron a la iglesia para dar gracias a Dios por aquel milagro.



EL ABAD VIRILA
De nuestro protagonista no sabemos nada más que lo expuesto anteriormente: su fecha y lugar de nacimiento y que, en efecto, fue abad del monasterio de Leyre. En el Libro gótico o Cartulario de San Juan de la Peña (3) se hace referencia a su participación en la vida eclesial de Navarra. Se desconoce cuándo y dónde murió, aunque sí se habla de su longevidad; algo que en cierto modo alimenta la leyenda. De todos modos, ni tan sólo tenemos la certeza de que el Virila histórico se corresponda con el literario, aunque es altísimamente probable que así sea.

EL HÁBITO
Uno de los detalles llamativos de esta historia es el que describe que los monjes llevaban un hábito diferente al del abad. Y es que en efecto, en 1239 se retiró la regencia del monasterio a la orden Benedictina para dársela a la orden del Císter. Sin embargo, las fechas no acaban de encajar, por lo que bien se podría concluir que este detalle fue añadido aprovechando el dato histórico.

¿PUDO OCURRIR?
Se acostumbra a decir que toda leyenda es una mezcla entre lo que sucedió realmente y aquello que la tradición se ha encargado de añadir, modificar o aumentar. En esta ocasión todo indica que un lugar y un personaje reales, el monasterio de Leyre y el abad Virila, se emplearon como base para una historia inventada en su totalidad con el único objetivo de proporcionar una especie de parábola acerca de la eternidad. Pero, ¿puede haber algo más?

VIAJEROS EN EL TIEMPO
A pesar del carácter religioso del relato, no pasa desapercibido que estamos frente a un fenómeno sobradamente conocido y del que el abad Virila no tiene la exclusiva: los viajes en el tiempo. A lo largo de la historia se han contado y se cuentan historias acerca de personas que incomprensiblemente se han trasladado de una época a otra; a veces de forma temporal; otras, como en este caso, para no regresar jamás. En la leyenda del abad Virila es fácil detectar una clara vocación moralizante; sin embargo, otros relatos con características muy similares son a simple vista una experiencia absurda sin lógica aparente ni moraleja posible.

Por otra parte, conviene recordar que la Iglesia no ha dudado a lo largo de los siglos en reconvertir experiencias inexplicables en hechos milagrosos, acomodando el relato de lo sucedido hasta proporcionarle un origen divino. ¿Pudo suceder algo extraordinario e inexplicable que la Iglesia «transformó» en un milagro? Tan sólo sería un caso más.



SIEMPRE QUEDA LA LEYENDA
Existen diferentes versiones de la leyenda, aunque todas ellas comparten la columna vertebral del relato aquí expuesto. También hay otras leyendas muy parecidas a ésta.

Nunca sabremos si el abad Virila viajó en el tiempo, si Dios respondió con rotundidad a sus inquietudes o sin tan sólo es una bonita leyenda-parábola. Como toda leyenda, dispone de la belleza y la fuerza suficientes como para merecer un lugar en el recuerdo.

Si tenéis la oportunidad de visitar el monasterio de Leyre, algo muy recomendable, no dudéis en acercaros a la fuente que lleva el nombre del abad. Quien sabe si en aquel lugar queda alguna clave todavía por descubrir. Eso sí, cuidado con dormirse.

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