Bass Reeves... el Wyatt Earp negro.



Nacido en 1838, en París, Texas. De padres esclavos fue uno de los primeros alguaciles (Marshals) negros al oeste del Mississipi, que acabó por convertirse en una leyenda del salvaje oeste.
Propiedad de un hombre llamado George Reeves, granjero y político, Bass como era costumbre adoptó el apellido de su amo. Empezó de aguador hasta que creció lo suficiente como para ayudar en tareas mas pesadas.

Cuando empezó la guerra civil, George Reeves le llevó con él, fue en esos años que se separaron debido a una disputa de cartas en la cuál, Bass pegó a su amo. Otros creen que simplemente huyó para ser un hombre libre como había escuchado de tantos otros. De cualquier modo, buscó refugio en territorio indio, junto a Semínolas y Creeks. Allí mejoró sus habilidades con las armas de fuego, escpecialmente el revólver, con el que llegó a ser muy hábil.

En 1863, ya como hombre libre, tras la ley de emancipación, dejó territorio indio, compró tierras en Arkansas y se convirtió en un próspero agricultor y ranchero. Se casó al poco tiempo siendo padre de familia numerosa. Su vida daría un cambio radical con la llegada del Juez de distrito Isaac Parker, a Fort Smith (Arkansas) en 1875. Por aquellos años era un territorio sin ley donde, ladrones, asesinos y cualquiera que quisiera ocultarse de la ley podía refugiarse, ya que no había jurisdicción federal o estatal que actuase para detenerlos hasta esa fecha, ya fuese por incompetencia, falta de jurisdicción, corrupción o dejadez.

Uno de las primeras decisiones de Parker, fue decirle a James F. Fagan que contratará a 200 Marshals para su jurisdicción, Fagan, quien había oído de las habilidades de Reeves, de sus conocimientos de la zona y su dominio de varias lenguas indias, no tardó en pedirle que se les unierá. Los Marshals debían limpiar el territorio con una orden clara del juez Parker, “traínganlos, vivos o muertos”.



Dependiendo de los forajidos a capturar, el Marshal llevaba un carromato, un cocinero y un ayudante, en viajes que podían ser de más de 800 millas. A pesar de que Reeves no sabía ni leer, ni escribir, eso no supuso ningún obstáculo para el desempeño de sus funciones, ni para llevar a los culpables ante la justicia. Antes de partir alguien le leía las órdenes y las descripciones, el las memorizaba y las llevaba a buen término, pues nunca se equivocó de hombre.

De figura imponente, montaba un gran caballo y empezó a ganarse una reputación por su valor y sus éxitos, capturando o matando a forajidos del territorio. Siempre llevaba un gran sombrero negro, ropa vistosa, con botas pulidas y relucientes. Tenía unas buenas maneras y era correcto en el trato. Cuando la ocasión lo requería se servía de disfraces o alias, pudiendo ser granjero, vaquero, pistolero, forajido, siempre llevaba dos revólveres Colt, cruzados, para desenfundar más rápido. Ambidextro, rara vez fallaba el tiro.

Las historias de sus capturas son legendarias, llenas de intriga, imaginación y coraje. En una ocasión persiguiendo a dos forajidos por el valle del Río Rojo, estudió el terreno y trazó un plan para sacarlos de la casa dónde estaban ocultos por la madre. Se hizo pasar por un fugitivo perseguido por la ley a quien habían disparado en su huída, dejandóle como recuerdo tres agujeros de bala en el sombrero. Mientras le contaba su historia a la mujer y ganándose su confianza, está le invitó a unirse a sus hijos y le dejó quedarse en la casa, al poco la madre avisó a sus hijos que se encontraban ocultos cerca la vivienda. Una vez dentro empezaron a hablar y hablar de sus fechorías, para finalmente ponerse de acuerdo en unir fuerzas. Por la noche, mientras dormían a pierna suelta, roncando profundamente, Reeves, les observaba tranquilo, cogió las esposas que llevaba ocultas bajo la ropa, se las puso y a la mañana siguiente les despertó con un puntapié llevándoles afuera. Durante las tres primeras millas del viaje al juzgado, la madre les siguió, maldiciendo a Reeves durante todo ese trayecto. Los forajidos fueron entregados y cobrada la recompensa de 5000 dólares.



Uno de los momentos álgidos de su carrera, se produjo con su enfrentamiento con el forajido Bob Dozier, conocido como el “hombre de las mil caras”, robaba ganado, bancos, tiendas, diligencias, cometía estafas, asesinatos. Impredecible, era un tipo escurridizo, muchos habían intentado capturarle y todos habían fracasado. Consiguió despistar a Reeves durante años, hasta que este descubrió su rastro en las colinas Cherokee. Después de resistirse al arresto, Reeves mató a Dozier en un duelo bajo la lluvia y el barro un 20 de diciembre de 1878.

Posiblemente, la prueba mas dura para Reeves fue la captura y arresto de su hijo por asesinar a su esposa. Dos semanas después de recibir las órdenes y tras la renuncia de muchos compañeros a ese encargo, traía al muchacho detenido para ser juzgado.

En 1907, la figura de los Marshals desaparecía, bajo la nueva reorganización administrativa, donde agencias estatales asumían el control de la seguridad. B. Reeves siguió como agente de la ley, patrullero, en la policia de Muskogee, Oklahoma, durante dos años mas hasta que contrajo una enfermedad que deterioró su salud. Murió el 12 de enero de 1910.

Durante 35 años sirvió como Marshal de los Estados Unidos, ganándose a pulso una reputación y un nombre en la historia del salvaje oeste como el mejor agente del territorio indio, capturando a mas de 3000 fugitivos y pacificando un territorio sin ley. Matando “sólo” a 14 hombres durante su trayectoria. Siempre decía: “nunca disparo a un hombre si no es necesario, solo lo hago en cumplimiento del deber y en defensa propia.”


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