Se ve que el humo no era tan blanco: el Papa que no fue.
CARDENAL SIRI: EL PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII»... Y JUAN XXIII
El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de la historia de la Iglesia, sorprende por el brusco giro de timón que supuso en lo que hasta el momento había sido la política del Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría producido de haber ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal Giuseppe Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de Gregorio XVII,
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en 1904. Fue sargento médico y capellán durante la Primera Guerra Mundial, y en 1921 pasó a trabajar en la Sociedad para la Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del papa en Bulgaria, y más tarde fue destinado como delegado apostólico a Turquía y Grecia. No obstante, tenía fama de ser excesivamente progresista (era bien conocida su postura favorable a los matrimonios mixtos entre católicos y no católicos). Presente en la Hungría ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía perseguida. Antes de acabar la guerra, en 1944, fue nombrado nuncio en Francia.
A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se encontró con el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual que el cardenal, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que era imposible que cupiesen ambos. «Después de usted», le dijo cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le contestó el nuncio Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un interminable intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y, sólo después, el Nuevo Testamento».
Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que para aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes clave de la política francesa de la época, como el líder del Partido Comunista, Maurice Thorez, y el líder del partido radical, Edouard Herriot. Su entendimiento fácil con los políticos de izquierda le convertía en el hombre perfecto a la hora de plantearse un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo.
En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le colocaba en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los políticos de izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la enemistad de importantes personajes de la «nobleza negra», las familias de rancio abolengo que llevaban siglos medrando a la sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della Torre, director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.
Los servicios de inteligencia estadounidenses también miraban con recelo las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún secreto que Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre quién debería ser su sucesor. En este sentido, el candidato del papa había sido siempre el cardenal Siri.
De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según la cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave celebrado en 1958.
HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión era Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de Bernardino Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las intrincadas complejidades que rodeaban las finanzas vaticanas.
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Pero transcurrieron los minutos y ningún papa salió a los balcones a impartir su bendición. Esta curiosa circunstancia fue dada a conocer tanto por las radios como por los corresponsales de prensa que aquel día se arremolinaban en torno a la plaza de San Pedro.
La Guardia Suiza fue desplegada para rendir honores al recién elegido pontífice. La muchedumbre, incluso, pudo ver a los cardenales tras las ventanas del palacio Apostólico, algo no permitido si el cónclave todavía se encuentra reunido. Durante unos minutos todos pensaron que el nuevo papa había sido elegido, y el nombre de Giuseppe Siri estaba en boca de todos.
Éste es el informe emitido al respecto por la agencia Associated Press el 27 de octubre de 1958:
"Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un nuevo papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de media hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los 200.000 romanos y turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice. Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda Italia y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del Vaticano gritar exultante: «Ha sido elegido Papa».
Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in dica que aún no se ha llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día el humo salió de la chimenea. A mediodía, el humo, al principio, salió blanco pero rápidamente se tornó indiscutiblemente negro. Ésta era la prueba de que los cardenales no habían podido elegir en las dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco salió de la delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII.
Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que enfocaban la chimenea de la Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó la muchedumbre.
Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El presentador declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en ese momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice. Radio Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era blanco.
Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di Vignale, gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna das. La Guardia Palatina fue llamada y se les ordenó prepararse para ir a la basílica de San Pedro, ante el anuncio del nombre del nuevo Papa.
Pero antes de que alcanzaran la plaza se les mandó que regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza también fue alertada.
Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo que la incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo negro lo que se había pretendido soltar. Dijo que había estado en otros tres cónclaves y nunca antes había visto un humo de color tan variado como el de ese domingo. Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera hacer de cara al lunes para que no se repitiera la situación.
Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores. Agitaban de modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes de los cardenales— les respondían desde detrás de las ventanas del palacio Apostólico. Posiblemente ellos también creían que se había elegido al Papa.
La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo común, cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse si el humo era realmente negro o blanco. La duda se extendió rápidamente. Muchos comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la confusión y el desconcierto. Los medios de comunicación de todo el mundo ya habían propagado la noticia de que se había elegido a un nuevo pontífice.
Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano, saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumentaban, todos se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?».
Después de una media hora, las radios se limitaban a comentar que la respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el tiempo en el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría que reanudarse el lunes a las 10 de la mañana (The Houston Post, 27 de octubre de 1958 )
«GREGORIO XVII»
Según los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de los cuales se encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams, toda esta confusión no se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella votación del cardenal Giuseppe Siri como papa, del que incluso se sabría el nombre que iba a elegir: Gregorio XVII.
Sin embargo, un grupo de cardenales progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice alegando que su elección como papa supondría un baño de sangre en la Europa del Este. Para sostener esta teoría, cuyo fin habría que buscarlo en los intentos de los sectores ultraconservadores de la Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII, Williams se remite a diversos documentos desclasificados del Departamento de Estado estadounidense...
El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de la historia de la Iglesia, sorprende por el brusco giro de timón que supuso en lo que hasta el momento había sido la política del Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría producido de haber ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal Giuseppe Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de Gregorio XVII,
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en 1904. Fue sargento médico y capellán durante la Primera Guerra Mundial, y en 1921 pasó a trabajar en la Sociedad para la Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del papa en Bulgaria, y más tarde fue destinado como delegado apostólico a Turquía y Grecia. No obstante, tenía fama de ser excesivamente progresista (era bien conocida su postura favorable a los matrimonios mixtos entre católicos y no católicos). Presente en la Hungría ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía perseguida. Antes de acabar la guerra, en 1944, fue nombrado nuncio en Francia.
A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se encontró con el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual que el cardenal, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que era imposible que cupiesen ambos. «Después de usted», le dijo cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le contestó el nuncio Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un interminable intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y, sólo después, el Nuevo Testamento».
Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que para aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes clave de la política francesa de la época, como el líder del Partido Comunista, Maurice Thorez, y el líder del partido radical, Edouard Herriot. Su entendimiento fácil con los políticos de izquierda le convertía en el hombre perfecto a la hora de plantearse un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo.
En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le colocaba en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los políticos de izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la enemistad de importantes personajes de la «nobleza negra», las familias de rancio abolengo que llevaban siglos medrando a la sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della Torre, director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.
Los servicios de inteligencia estadounidenses también miraban con recelo las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún secreto que Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre quién debería ser su sucesor. En este sentido, el candidato del papa había sido siempre el cardenal Siri.
De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según la cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave celebrado en 1958.
HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión era Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de Bernardino Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las intrincadas complejidades que rodeaban las finanzas vaticanas.
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Pero transcurrieron los minutos y ningún papa salió a los balcones a impartir su bendición. Esta curiosa circunstancia fue dada a conocer tanto por las radios como por los corresponsales de prensa que aquel día se arremolinaban en torno a la plaza de San Pedro.
La Guardia Suiza fue desplegada para rendir honores al recién elegido pontífice. La muchedumbre, incluso, pudo ver a los cardenales tras las ventanas del palacio Apostólico, algo no permitido si el cónclave todavía se encuentra reunido. Durante unos minutos todos pensaron que el nuevo papa había sido elegido, y el nombre de Giuseppe Siri estaba en boca de todos.
Éste es el informe emitido al respecto por la agencia Associated Press el 27 de octubre de 1958:
"Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un nuevo papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de media hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los 200.000 romanos y turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice. Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda Italia y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del Vaticano gritar exultante: «Ha sido elegido Papa».
Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in dica que aún no se ha llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día el humo salió de la chimenea. A mediodía, el humo, al principio, salió blanco pero rápidamente se tornó indiscutiblemente negro. Ésta era la prueba de que los cardenales no habían podido elegir en las dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco salió de la delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII.
Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que enfocaban la chimenea de la Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó la muchedumbre.
Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El presentador declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en ese momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice. Radio Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era blanco.
Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di Vignale, gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna das. La Guardia Palatina fue llamada y se les ordenó prepararse para ir a la basílica de San Pedro, ante el anuncio del nombre del nuevo Papa.
Pero antes de que alcanzaran la plaza se les mandó que regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza también fue alertada.
Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo que la incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo negro lo que se había pretendido soltar. Dijo que había estado en otros tres cónclaves y nunca antes había visto un humo de color tan variado como el de ese domingo. Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera hacer de cara al lunes para que no se repitiera la situación.
Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores. Agitaban de modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes de los cardenales— les respondían desde detrás de las ventanas del palacio Apostólico. Posiblemente ellos también creían que se había elegido al Papa.
La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo común, cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse si el humo era realmente negro o blanco. La duda se extendió rápidamente. Muchos comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la confusión y el desconcierto. Los medios de comunicación de todo el mundo ya habían propagado la noticia de que se había elegido a un nuevo pontífice.
Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano, saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumentaban, todos se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?».
Después de una media hora, las radios se limitaban a comentar que la respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el tiempo en el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría que reanudarse el lunes a las 10 de la mañana (The Houston Post, 27 de octubre de 1958 )
«GREGORIO XVII»
Según los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de los cuales se encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams, toda esta confusión no se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella votación del cardenal Giuseppe Siri como papa, del que incluso se sabría el nombre que iba a elegir: Gregorio XVII.
Sin embargo, un grupo de cardenales progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice alegando que su elección como papa supondría un baño de sangre en la Europa del Este. Para sostener esta teoría, cuyo fin habría que buscarlo en los intentos de los sectores ultraconservadores de la Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII, Williams se remite a diversos documentos desclasificados del Departamento de Estado estadounidense...
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