Plantas de los dioses: El peyote



Tras las huellas del jaguar

El cactus mexicano llamado “Peyotl” tiene una historia ancestral tan larga como los orígenes de la humanidad en Mesoamérica. Proveniente de un cactus sin espinas y muy reconocido por las altas dosis de mescalina, el peyotl o peyote es una planta sagrada para las antiguas culturas mexicanas y nativas de todo el valle del Rio Colorado.

Desde los asesinos y tribales chichimecas, pasando por los cultos tarahumaras que descubrieron las propiedades de la planta y llegando a los mexicas, huicholes y algunas tribus mayas, el impacto del peyote fue parte necesaria para la conformación cultural en los orígenes de nuestras primeras civilizaciones.

Y es que esta planta produce en quien la consume efectos de alucinación visual que pueden durar hasta tres días seguidos. Las tribus chichimecas –como nos comenta Sahagún en su crónica de Indias-, las utilizaban porque “quitaba el hambre, daba valor para la batalla y era un regalo divino”.

Los efectos se vuelven místicos y profundos. Es el contacto con los dioses, con lo primigenio, el fuerte revuelo de la cabeza hace que las imágenes que van apareciendo tengan cambios extraños y tribales. No olvidemos lo ligado que está lo primigenio con nosotros mismos, pues ahí estriba el verdadero valor de las plantas de los dioses.

Una historia antigua

7.000 años tiene esta planta de antigüedad o por lo menos su consumo humano, eso indican los registros datados por Carbono 14, además se encontró en cuevas y lugares de rituales.

Fuera de esto, tenemos las primeras referencias de los cronistas españoles. Desde 1550, el famoso cronista Sahagún, encargado de escribir la historia de los mexicas, observa el uso del peyote entre los chichimecas de “las mesetas desérticas del norte”:

“Hay otra hierba como tunas de tierra; se llama “peyotl”: es blanca; se encuentra en el norte del país; los que la comen o beben ven visiones espantosas o irrisibles: dura esta borrachera dos o tres días y después se quita; es común manjar de los chichimecas”

Obviamente esta descripción está permeada por el fuerte religiosísimo que trabajaremos en el próximo subtitulo, aun así es evidente la gran sorpresa que sufre el español al darse cuenta que toda una tribu consume este cactus para llegar a un estado de éxtasis.

Las represarías en la época colonial

Debido al aumento del cristianismo en el Nuevo Mundo, las grandes culturas fueron reprimidas y destruidas sin misericordia. Muchos fueron quemados y otros obligados a dejar sus creencias y tribus para bautizarse en una religión que los obligaba a trabajar para un rey que vivía al otro lado del Atlántico.

Con todo esto, desde el padre Andrés Perez de Ribas, jesuita del siglo XVII, describe en sus crónicas el uso ceremonial y medicinal que hacían del peyote los indígenas conversos: agrega que a pesar de estar “fuertemente prohibido y penado”, conectaba a los hombres con “espíritus malignos” para producir “fantasías diabólicas”.

Hasta hay fuertes referencias que nos dicen que en Texas para 1760, se preguntaba a los indígenas que eran obligados a convertirse al catolicismo “si habían consumido peyotl o comido carne humana”, comparación que nos muestra el nivel de estigmatización de la sociedad colonial, pues el haber incurrido en esto, debía castigarse fuertemente.

La cacería del peyote

Tuvieron que pasar cientos de años para que alguien se atreviera a relatar la aventura para obtener el peyotl. En 1960 un grupo de antropólogos fue invitado por el grupo indígena Huichol (tribu nativa mexicana que cuenta con más de 10.000 habitantes), para participar de la recolección en el desierto de la planta sacra.

La gran peregrinación que se hace para recolectar peyotl se realiza siguiendo un mito fundacional: la búsqueda del peyotl en Wirikuta, una región desértica y lejos de la tribu, donde los dioses crearon el mundo.

A Wirikuta el viaje es largo y denso. Sólo comen tortillas de maíz con agua en la larga travesía que antes tardaba días, pues eran 300 km recorridos a pie, ahora es realizada en vehículos y aun así no es sencillo llegar, pues en el lugar deben atravesar por sendas escabrosas y desérticas, donde se protege el jaguar y se resguarda el veneno del alacrán.

Cuando llega el chamán con la tribu que lo sigue, se hace contacto con Tatewari (el abuelo fuego) y se personifica con la planta. El primer contacto es la purificación, luego se realizan un montón de rituales donde se deja cometer el acto sexual en público y sin vergüenzas, resentimientos o celos, pues se permite todo.

En el “umbral cósmico” de la planta, el chamán espera las “huellas de ganado” y literalmente arroja una flecha hacia el cactus del peyote para que todo el mundo recoja el “hikuri” (como la llaman los huicholes) y recolecten suficiente para tener abasto y venderle a las otras tribus que no se atreven adentrarse en el peligroso desierto.

Parte del ritual es volver al pasado, a los orígenes donde los primeros hombres. Es crear una asertividad entre uno con el universo y reconocer lo profundo. Lo valioso.

Para conocer mejor el uso del peyotl y acercarse a nuestra fuente citada en este artículo: Las plantas de los dioses de Albert Hofmann y Christian Ralsch.


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