La Historia oculta de Las dos Iglesias primitivas de Jesús
En los primeros años de Jesús existieron dos Iglesias primitivas, paralelas y enfrentadas, y tuvieron su importancia en la génesis de la nueva fe,a unque este es un aspecto muy desconocido de la historia del cristianismo.
El término «cristiano» aparecerá por primera vez en la ciudad de Antioquía, en Siria, debido a las prédicas de san Pablo y san Bernabé entre los paganos. En todo el Nuevo Testamento, la palabra cristiano solo aparece tres veces. Una, la primera, en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:26). Otra la encontramos cuando Pablo es juzgado por Herodes Agripa II, quien admitió sin pudor que le faltó poco para hacerse cristiano ante los argumentos del Tarseño (Hechos 26:28). Y la última en la Primera Epístola de Pedro, en la cual el padre de los apóstoles se empeñará con celo en exhortar a los cristianos a que no se avergüencen de llevar ese nombre, lo que sugiere que incluso antes de la persecución de Nerón –64 d. C.– la nueva secta ya estaba en el candelero. Y no es de extrañar. Ajenos al judaísmo, los cristianos de Pablo cuestionaron las estructuras sociales de la época, haciéndose como forasteros en sus propias ciudades debido a su nuevo estilo de vida, por lo que la reacción de los paganos no se hizo esperar.
Hasta ese momento, el término cristiano no existía entre los judíos. Los seguidores de Jesús, dentro de la comunidad hebrea, eran conocidos simplemente como nazarenos, cuya cabeza estaba asentada en Jerusalén y era presidida por Juan, Santiago y Pedro. Todos ellos compañeros, cuando no familia, del mismísimo Jesús.
Pactos entre comunidades
Pablo, que no conoció a Jesús, y hasta ese momento se había dedicado a perseguir con saña a los judíos nazarenos, cambiará drásticamente su postura y se unirá a Bernabé tras un encuentro milagroso con Jesús Resucitado en el camino de Damasco. Los viajes misioneros del apóstol furtivo y de Bernabé tuvieron tanto éxito, que el número de cristianos conversos superó incluso al de los judíos-nazarenos. Tanto es así que, alrededor del año 50 d. C., los dos tendrán que regresar a Jerusalén para acordar un pacto con la cabeza de la Iglesia, pues numerosos nazarenos no dejaban de subir desde Judea hasta las comunidades que ellos habían establecido para instigar a los nuevos cristianos a que se circuncidaran y siguieran al pie de la letra las leyes Mosaicas.
Con rigor y saña, tanto Pablo como Bernabé rechazaron esta postura amparándose en numerosas profecías que aseguraban que la salvación de los gentiles pasaba porque aceptasen al Ungido de Dios, y no porque necesariamente se convirtieran al judaísmo. De hecho, tanto en el Templo de Salomón como en el de Herodes, los gentiles tenían también un lugar determinado donde podían orar.
Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Jerusalén, no tardaron en congregar a los ancianos y a los apóstoles, los cuales oyeron todas las maravillas que quisieron contarles acerca de sus viajes misioneros a fin de dilucidar si era necesario o no circuncidar a los paganos. Entrando en gran debate, Pedro abogó en su favor, argumentando que no era necesario cargar a los gentiles con el peso de la Ley, pues él mismo había bautizado a un legionario y a muchos otros idólatras tiempo atrás sin imponerles esa obligación; pues si para el judío era difícil cumplir las 613 leyes mosaicas, y eso que habían nacido y se habían criado bajo ellas, cuánto más no lo sería para los profanos.
#Pablo acabó separándose de Bernabé. Como conocía bien el fervor que los cultos mistéricos causaban entre los paganos, deseando ofrecerles algo semejante a los ritos dionisíacos, donde se ingería la carne de un cordero que representaba al dios, el Tarseño será el principal sustentador de la transustanciación de la carne y la sangre de Jesús en la Eucaristía. Una tradición que, para un judío nazareno, era poco menos que herejía, por cuanto conocemos que ingerir la sangre, inclusive la de un animal, estuvo prohibidísimo por las leyes de la Torah.No cometer idolatría: esto incluye no acercarse a los ídolos, no comer o beber alimentos ofrecidos a un culto distinto del hebreo, destruir cualquier imagen de la divinidad siempre y no comerciar con ellas ni sacar beneficio. Alejarse de la adivinación, magia, hechicería, necromancia, astrología etc.
#Prohibir la blasfemia.
#No matar. Esto incluye el aborto, la eutanasia, el suicidio etc.
#No tener relaciones sexuales ilícitas. Estas son: madre-hijo, padre-hija, tío-sobrina, tía-sobrino, hermano-hermana, así como con los padrastros y madrastras.
#No robar. Lo que también circunscribe todo tipo de estafa directa o indirecta.
#Prohibido tomar la carne de un animal vivo. Solamente se puede matar a un animal si se va a comer su carne. No comer carne de animales encontrados muertos.
#Establecer cortes de justicia.
Separadas para siempre
Las dos Iglesias, si bien al principio estuvieron unidas, con la muerte de Pedro y Pablo en Roma a manos de Nerón, y con la toma de Jerusalén y posterior destrucción de la ciudad por Tito, en el 70 d. C., se separaron para siempre, quedando las comunidades descabezadas, tomando cada una su propio camino. Dimanando del recuerdo de la escuela de Jerusalén, nacieron los Ebionitas y otros grupos similares, como el de los Nazarenos, alejados éstos ya un poco de la doctrina original aunque utilizasen el mismo sobrenombre que sus ancestros. Los ebionitas –o pobres de Dios– tuvieron como canónico el Evangelio de Mateo en arameo ya perdido, acusaron a Pablo de hereje, negaron la virginidad de María y siguieron al detalle la Ley Mosaica. El rastro se les pierde poco después del Concilio de Nicea, donde el emperador Constantino prohibió otra clase de membrecía que no fuera la católica.
Con el pasar de los años, el cristianismo primitivo iría haciendo cada vez más concesiones e irá impregnándose de todos los cultos que lo rodearon para congraciarse con sus vecinos. Plinio el Joven ya había cargado contra ellos por considerarlos unos desalmados. Diocleciano los tachó de rebeldes. Galerio los persiguió hasta su muerte. Y Nerón los acusó de haber incendiado Roma. No será hasta que Constantino proclame el Edicto de Milán, en el 313, que los cristianos y los cristianismos podrán respirar tranquilos.
Suponemos que, durante el tiempo de las persecuciones, los devotos de la Iglesia de Antioquía tuvieron que dulcificar sus posturas extremistas contra Roma si querían salvar la vida y perpetuar su culto; por lo que, en lugar del Imperio Romano, tal vez tomaron otro enemigo que además no paraba de mofarse de ellos: los judíos. De esa forma se suavizará la figura de Poncio Pilatos, a quien se verán obligados a representar casi como una marioneta en manos de los Sanedrines, que no es que no tuvieran parte en la muerte de Jesús, pero que sin duda no debieron ser tan persuasivos con el Procurador como pretenden los evangelios.
El término «cristiano» aparecerá por primera vez en la ciudad de Antioquía, en Siria, debido a las prédicas de san Pablo y san Bernabé entre los paganos. En todo el Nuevo Testamento, la palabra cristiano solo aparece tres veces. Una, la primera, en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:26). Otra la encontramos cuando Pablo es juzgado por Herodes Agripa II, quien admitió sin pudor que le faltó poco para hacerse cristiano ante los argumentos del Tarseño (Hechos 26:28). Y la última en la Primera Epístola de Pedro, en la cual el padre de los apóstoles se empeñará con celo en exhortar a los cristianos a que no se avergüencen de llevar ese nombre, lo que sugiere que incluso antes de la persecución de Nerón –64 d. C.– la nueva secta ya estaba en el candelero. Y no es de extrañar. Ajenos al judaísmo, los cristianos de Pablo cuestionaron las estructuras sociales de la época, haciéndose como forasteros en sus propias ciudades debido a su nuevo estilo de vida, por lo que la reacción de los paganos no se hizo esperar.
Hasta ese momento, el término cristiano no existía entre los judíos. Los seguidores de Jesús, dentro de la comunidad hebrea, eran conocidos simplemente como nazarenos, cuya cabeza estaba asentada en Jerusalén y era presidida por Juan, Santiago y Pedro. Todos ellos compañeros, cuando no familia, del mismísimo Jesús.
Pactos entre comunidades
Pablo, que no conoció a Jesús, y hasta ese momento se había dedicado a perseguir con saña a los judíos nazarenos, cambiará drásticamente su postura y se unirá a Bernabé tras un encuentro milagroso con Jesús Resucitado en el camino de Damasco. Los viajes misioneros del apóstol furtivo y de Bernabé tuvieron tanto éxito, que el número de cristianos conversos superó incluso al de los judíos-nazarenos. Tanto es así que, alrededor del año 50 d. C., los dos tendrán que regresar a Jerusalén para acordar un pacto con la cabeza de la Iglesia, pues numerosos nazarenos no dejaban de subir desde Judea hasta las comunidades que ellos habían establecido para instigar a los nuevos cristianos a que se circuncidaran y siguieran al pie de la letra las leyes Mosaicas.
Con rigor y saña, tanto Pablo como Bernabé rechazaron esta postura amparándose en numerosas profecías que aseguraban que la salvación de los gentiles pasaba porque aceptasen al Ungido de Dios, y no porque necesariamente se convirtieran al judaísmo. De hecho, tanto en el Templo de Salomón como en el de Herodes, los gentiles tenían también un lugar determinado donde podían orar.
Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Jerusalén, no tardaron en congregar a los ancianos y a los apóstoles, los cuales oyeron todas las maravillas que quisieron contarles acerca de sus viajes misioneros a fin de dilucidar si era necesario o no circuncidar a los paganos. Entrando en gran debate, Pedro abogó en su favor, argumentando que no era necesario cargar a los gentiles con el peso de la Ley, pues él mismo había bautizado a un legionario y a muchos otros idólatras tiempo atrás sin imponerles esa obligación; pues si para el judío era difícil cumplir las 613 leyes mosaicas, y eso que habían nacido y se habían criado bajo ellas, cuánto más no lo sería para los profanos.
#Pablo acabó separándose de Bernabé. Como conocía bien el fervor que los cultos mistéricos causaban entre los paganos, deseando ofrecerles algo semejante a los ritos dionisíacos, donde se ingería la carne de un cordero que representaba al dios, el Tarseño será el principal sustentador de la transustanciación de la carne y la sangre de Jesús en la Eucaristía. Una tradición que, para un judío nazareno, era poco menos que herejía, por cuanto conocemos que ingerir la sangre, inclusive la de un animal, estuvo prohibidísimo por las leyes de la Torah.No cometer idolatría: esto incluye no acercarse a los ídolos, no comer o beber alimentos ofrecidos a un culto distinto del hebreo, destruir cualquier imagen de la divinidad siempre y no comerciar con ellas ni sacar beneficio. Alejarse de la adivinación, magia, hechicería, necromancia, astrología etc.
#Prohibir la blasfemia.
#No matar. Esto incluye el aborto, la eutanasia, el suicidio etc.
#No tener relaciones sexuales ilícitas. Estas son: madre-hijo, padre-hija, tío-sobrina, tía-sobrino, hermano-hermana, así como con los padrastros y madrastras.
#No robar. Lo que también circunscribe todo tipo de estafa directa o indirecta.
#Prohibido tomar la carne de un animal vivo. Solamente se puede matar a un animal si se va a comer su carne. No comer carne de animales encontrados muertos.
#Establecer cortes de justicia.
Separadas para siempre
Las dos Iglesias, si bien al principio estuvieron unidas, con la muerte de Pedro y Pablo en Roma a manos de Nerón, y con la toma de Jerusalén y posterior destrucción de la ciudad por Tito, en el 70 d. C., se separaron para siempre, quedando las comunidades descabezadas, tomando cada una su propio camino. Dimanando del recuerdo de la escuela de Jerusalén, nacieron los Ebionitas y otros grupos similares, como el de los Nazarenos, alejados éstos ya un poco de la doctrina original aunque utilizasen el mismo sobrenombre que sus ancestros. Los ebionitas –o pobres de Dios– tuvieron como canónico el Evangelio de Mateo en arameo ya perdido, acusaron a Pablo de hereje, negaron la virginidad de María y siguieron al detalle la Ley Mosaica. El rastro se les pierde poco después del Concilio de Nicea, donde el emperador Constantino prohibió otra clase de membrecía que no fuera la católica.
Con el pasar de los años, el cristianismo primitivo iría haciendo cada vez más concesiones e irá impregnándose de todos los cultos que lo rodearon para congraciarse con sus vecinos. Plinio el Joven ya había cargado contra ellos por considerarlos unos desalmados. Diocleciano los tachó de rebeldes. Galerio los persiguió hasta su muerte. Y Nerón los acusó de haber incendiado Roma. No será hasta que Constantino proclame el Edicto de Milán, en el 313, que los cristianos y los cristianismos podrán respirar tranquilos.
Suponemos que, durante el tiempo de las persecuciones, los devotos de la Iglesia de Antioquía tuvieron que dulcificar sus posturas extremistas contra Roma si querían salvar la vida y perpetuar su culto; por lo que, en lugar del Imperio Romano, tal vez tomaron otro enemigo que además no paraba de mofarse de ellos: los judíos. De esa forma se suavizará la figura de Poncio Pilatos, a quien se verán obligados a representar casi como una marioneta en manos de los Sanedrines, que no es que no tuvieran parte en la muerte de Jesús, pero que sin duda no debieron ser tan persuasivos con el Procurador como pretenden los evangelios.
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