Bienvenidos al famoso... Hotel de los Suicidas...
Ubicado a 30 km. al suroeste de Bogotá, el Hotel del Salto de Tequendama fue inicialmente la estación terminal del Ferrocarril del Sur, con gran movimiento de visitantes que llegaban al lugar para ver el espectacular paisaje natural que la rodeaba, rematado por el gran salto de 157 m. de altura.
Este tránsito incesante motivó que en el año 1923 se iniciaran las obras de ampliación y remodelación para transformarlo en el Hotel Refugio del Salto, uno de los más lujosos de su época que, administrado por una firma alemana, fue finalmente inaugurado en 1927.
De estilo neoclásico veneciano, contaba con 1.480 m2 cubiertos, construidos sobre el acantilado y distribuidos en 5 niveles con 2 subsuelos de servicios, 2 plantas dedicadas al gran salón de ingreso, el bar-restaurante, las 15 habitaciones y una torre mirador. Todo con espectaculares vistas al gran Cañón del Tequendama.
En sus días de esplendor alojó a celebridades de la época y de la alta sociedad colombiana y extranjera, llegando la firma Chritian Dior a presentar ahí, en 1954, sus nuevas creaciones a nivel mundial.
Aguas arriba del Salto del Tequendama está la represa “El charquito”, construida en 1895 que -de a poco- comenzó a disminuir el caudal del río Bogotá, lo que le fue quitando magnificencia a la catarata y contaminando las aguas del lago inferior que comenzó a despedir un olor nauseabundo.
A eso se sumó que el hotel empezó a ser el lugar elegido para que muchas personas, abrumadas por sus problemas económicos, de salud o sentimentales, se quitaran la vida en las habitaciones o en sus inmediaciones, principalmente arrojándose al salto desde una piedra que pronto fue bautizada como “La piedra de los suicidas”. Ese era el lugar donde éstos dejaban sus notas de despedida antes de tirarse al vacío. Seis segundos era el tiempo que demoraba una persona en llegar, en caída libre, al fondo del lago y muy raras veces aparecían los cuerpos.
Vaya a saber por qué motivo, y aún después que el Hotel Refugio del Salto cerrara definitivamente sus puertas en el año 1990, las 9 de la mañana era el horario elegido por los suicidas para arrojarse al vacío, dato que motivó a que un momento antes de esa hora se hiciera presente la policía. Su tarea era no solo la de espantar a los desesperanzados que querían saltar, sino también a los turistas que con sus cámaras de fotos o de filmar venían a registrar el trágico momento.
Por eso, los suicidas empezaron a preferir la noche para su clavado final. Las horas más comunes eran desde las 5 de la tarde hasta las 9 del día siguiente.
Para disuadir a los desesperados, en el sendero que conduce al salto, sobre una base de piedra, se montó una virgen y al pie una placa de mármol donde se puede leer: “Tus problemas tienen solución. El Señor Jesucristo te dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
EL LAGO DE LOS MUERTOS
La imponente cascada y el lago fueron la tumba definitiva de muchos desesperados que ya no le encontraban sentido a sus vidas. Por eso el cronista policial Felipe González Toledo escribió, en 1941: “Gracias a esta forma de suicidio, las familias de los desdichados se ahorran los costos del funeral, porque la caída es tan terrible que garantiza la desaparición total del muerto”.
Así fue como los lugareños comenzaron a llamar al espejo de agua llena de remolinos, donde cae la cascada, “El Lago de los Muertos” sumado a la polución que hacía desprender un olor insoportable, aún en invierno.
EL ABANDONO
Después del cierre del hotel, el Ministerio de Obras Públicas de Bogotá, dueño de la ex estación de trenes, lo puso a la venta por lo que tuvo varios dueños que no se preocuparon mucho por su mantenimiento.
En 1970 lo compró Roberto Arias Pérez que demolió los muros de varias habitaciones para hacer un restaurante. Éste funcionó hasta 1986, año en que Pérez abandonó misteriosamente Colombia y nunca más se lo volvió a ver.
EL EDIFICIO HOY
María Victoria Blanco, directora ejecutiva de la Fundación El Porvenir y actual propietaria del ex hotel, fue la que tuvo a su cargo la puesta en valor del edificio, y llegó a recuperar hasta ahora un 10% de los 1.480 m2 cubiertos. El resto permanece en ruinas conservando todavía mucho de su mobiliario original.
“No estoy dispuesta a reforzar las historias de los supuestos fantasmas que han habitado la casa”, afirma María Victoria Blanco, para concluir: “Los sucesos paranormales y las leyendas de espantos le hicieron mucho daño al edificio durante los años en que estuvo abandonado”.
Ahora rebautizado como “Casa Museo del Salto del Tequendama”, en los espacios reciclados se recuperaron 5 habitaciones con sus baños. Además, en el gran salón del primer piso se montó un museo que muestra a los visitantes la evolución de la restauración del edificio y se los invita a apoyar la continuidad de las obras y la protección del ecosistema donde está emplazado. Acciones que, de a poco, han logrado devolver visitantes al otrora tan inquietante y tenebroso lugar.
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