¿Mahoma existió de verdad?

Robert Spencer, director de Jihad Watch, lo pone en duda y lanza una provocadora teoría, tras estudiar la vida del fundador del islam. Robert Spencer, autor estadounidense especializado, desde un punto de vista ampliamente crítico respecto al Islam, se plantea la cuestión. Una provocación que ya está suscitando muchas polémicas y reacciones. ¿Y si Mahoma no hubiera existido nunca? –como persona física, obviamente. Se lo pregunta Robert Spencer. Además de ser el director de Jihad Watch, una página web con un interés particular por las implicancias políticas y militares del Islam, Spencer es el autor de un libro “bestseller” en la lista del New York Times “The Politically Incorrect Guide to Islam (and the Crusades)”. Ahora está a punto de ser publicada otra obra, “Did Muhammad Exist?”, que seguro dará que hablar como los precedentes. Spencer enumera toda una serie de los que juzga “puntos débiles” en el relato tradicional de la vida de Mahoma y del Islam en sus albores. Seguidamente los presentamos. El primer punto está relacionado con la muerte del Profeta; "no aparece ningún elemento de la muerte de Mahoma en el 632 hasta más de un siglo después de esa fecha”. Además los primeros datos escritos de los pueblos conquistados por los árabes no mencionan el Islam, a Mahoma ni el Corán. Llaman a los conquistadores Ismaelistas, Sarracenos, Agarianos, Mohajires, pero nunca musulmanes. Spencer subraya luego que los conquistadores árabes, en sus monedas e inscripciones, no hacen ninguna referencia al Islam ni al Corán durante los primeros sesenta años de su conquista. Las citaciones de “Muhammad” son “no específicas, y por lo menos en dos ocasiones están acompañadas por una cruz”. Spencer de ello deduce que la palabra podría ser usada no solo como un nombre propio, sino también como un término honorífico. Luego está el problema del Corán. Que no fue distribuido, según afirman también fuentes canónicas, con su forma actual antes del 650 d. C. Y según Spencer el hecho de que ni los árabes, ni los cristianos ni los judíos de la región en cuestión mencionen su existencia hasta el siglo VIII plantea ciertamente un problema de importantes dimensiones. Según el estudioso, en realidad “no se oye hablar de Mahoma, el profeta del Islam ni del Islam mismo hasta el 690 d. C. durante el reino del califa Abd al-Malik. Monedas e inscripciones que muestran las creencias islámicas también comienzan a aparecer en este periodo”. A mitad del siglo VIII la dinastía Abbaside ocupa el puesto de los Omeyas de Abd al-Malik. Y es durante el periodo Abásida, afirma Spencer, cuando comienza a proliferar el material biográfico sobre Mahoma. La primera biografía completa del profeta del Islam apareció en esta era, es decir, por lo menos 125 años después de la fecha tradicional de su muerte. Son todos los elementos que llevan a Robert Spencer a plantear su hipótesis más explosiva: “La falta de detalles históricos que confirmen los hechos, el retraso con el que desarrolló el material biográfico sobre el profeta del Islam, la atmósfera de sectarismo religioso y político en la cual se desarrolló ese material, entre otras cosas, sugieren que el Mahoma de la tradición islámica no ha existido o bien, si ha existido, era sustancialmente diferente de como lo presenta la tradición”. Pero si Mahoma no ha existido –por lo menos como la tradición lo ha hecho llegar a nosotros- ¿cómo se ha creado el carácter islámico del imperio que se ha rápidamente formado con el pasar de las décadas de la segunda mitad del siglo VII? La respuesta tiene carácter político. Todos los imperios de la época tenían una “religión de Estado”. Bizancio era cristiana, Persia, su rival, zoroastriana. “El imperio árabe rápidamente llegó a controlar, y necesitó unificar enormes espacios territoriales con una religión mayoritaria era diversa en cada uno de ellos”. El crecimiento político y militar carecía, según el estudioso, de “una teología política que obligara, capaz de competir con las que eran suplantadas y así consolidar la conquista. Era necesaria una religión común, una teología política que diera una base a la unidad del imperio y asegurara la fidelidad hacia el Estado”. Un teólogo guerrero podría justificar el expansionismo agresivo del nuevo imperio. Dar una justificación teológica a la conquista, como podía hacer el ejemplo y la enseñanza de Mahoma, habría colocado fuera de las críticas las conquistas mismas. Spencer ve en este proceso la razón básica por la cual el Islam es una religión profundamente política. “El reino divino es bastante de este modo, con la ira y el juicio de Dios que se esperan no solo en el otro mundo, sino también en este, y con los creyentes que los administran”. Spencer considera que este género de investigación y estudio no se tiene que limitar a la especulación académica, sino que tiene que ser un instrumento para entender que es el Islam hoy, mientras los radicales proclaman nuevas “yihad” no en sentido espiritual, sino en sentido político y militar.

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