Folklore: el Mito del Pusllay... arden los carnavales...
Pusllay es el personaje carnavalesco por excelencia. Es un muñeco de aspecto humano de tamaño natural, vestido en forma andrajosa con ropa vieja y rota. Representa el espíritu festivo de la fiesta y nace, vive y muere en esos días de algarabía
EL PUSLLAY
¿MITO INDÍGENA O PRÁCTICA EUROPEA?
Pusllay es el personaje carnavalesco por excelencia.
Previo al inicio de la chaya, los riojanos lo arman o desentierran el del año anterior para que presida los topamientos y juegos de carnaval.
Es un muñeco de aspecto humano de tamaño natural, vestido en forma andrajosa con ropa vieja y rota, al que le pintan los rasgos faciales y le colocan un sombrero. Representa –aparentemente- el espíritu festivo de la fiesta y nace, vive y muere en esos días de algarabía.
Los chayeros lo tienen sentado en una silla y acompañado de una damajuana o lo llevan montado en un burro y bailan a su alrededor. Al finalizar los carnavales, lo entierran o lo queman entre llantos fingidos y grandes carcajadas. Esta tradición tiene actualmente un arraigo popular enorme a punto tal que todos los barrios de la ciudad de La Rioja y localidades del interior, tienen su Pusllay . (Fotos 1 y 2)
Desde hace pocos años han aparecido diversas publicaciones en La Rioja que hablan de una supuesta leyenda sobre el origen de la chaya y pujllay.
Cuenta esa leyenda, que hubo una niña Chaya, hija de cacique, que enamorada del joven Pusllay, y al no poder concretar su amor, se transformó en lluvia para rociar a los indios en recuerdo de ese amor; y el joven Pusllay se convirtió en un dios de la alegría que retorna junto con las lluvias de febrero.
El padre Martín Horacio Gómez (2000:28 ), a quien varios le adjudican soto voce la creación de esta leyenda, en su libro “Chaya Riojana – Leyenda – Sueño- Realidad”, afirma: “LA NIÑA CHAYA: los primeros españoles llegados a esta tierra –dice la tradición - se encontraron con una fiesta singular de agua y danza que celebraban los diaguitas . En la madurez del verano actualizaban las memorias de una Niña India muy hermosa que un día dolida de tristeza de su amor imposible hacia Pujllay -príncipe alegre y juguetón- desapareció en la montaña y se convirtió en nube. Nube que cada año vuelve para alegrar la tierra y la tribu, y se posa en forma de rocío en los pétalos de la flor del cardón . Por ello la tradición la llamó “CHAYA” –agua de rocío- y por ello también la Chaya vendría a ser así la búsqueda ancestral de aquella “diosa – india” en la perenne espera riojana de la nube y del agua, signo de Vida”
Respecto del Pujllay dice Gómez “Es una voz cacana que significa “jugar, bromear, alegrarse ”. Se personaliza en un “héroe ridículo” un muñeco de trapo, desarticulado y andrajoso, que preside la algarabía popular. Sería la figura del “anti –héroe”, sufriente y resignado a la desilusión –la rémora penosa de un príncipe indio, Pujllay- que, enamorado de la bella CHAYA, nunca pudo concretar su amor por la oposición de los viejos de la tribu y a causa de ser un joven bello e impetuoso, pero “cabeza hueca”. Desilusionado, se dedica a la borrachera, hasta que un día muere quemado en el fogón de la fiesta. Tragedia de sabor griego que hoy aparece en la “quema del pujllay” y en su “entierro”, al final del carnaval...” (2000:28-29)
El libro del Padre Martín Gómez es una compilación de diversas notas publicadas en los diarios, revistas y en los discursos inaugurales de la Fiesta Nacional de la Chaya (festival de música folklórica que se realiza en la ciudad de La Rioja en donde participan los artista mas populares del género).
En 1980, el sacerdote, en una nota publicada en el diario El Independiente (La Rioja. 21/02/1980) ya hablaba someramente de la “imagen de la diosa Chaya ( ...) diosa gentil del agua” (2000: 38-39).
En 1984, el padre Gómez; no hace referencia a la “diosa” sino que apenas dice: “nuestra bella hermana Chaya. Agüita del cielo en manos de los hombres. Mezcla de bruja y princesa (...) trae el rocío manso del cielo para besar las cosechas promisorias” [acá entiende que no hay cosechas, sino que son promisorias].(2000: 49)
En otra oportunidad afirma enfáticamente “estaba también el mito muy antiguo de Challa, la diosa de la lluvia y del rocío. Joven muy bella, enamorada del semi-dios Pujllay, que un día, llevada por la desilusión y la pena, desaparece en la cumbre de los montes para aparecer cada febrero, en pleno verano, en forma de nube, de rocío o de mansa lluvia...”(2000: 18).
Respecto de Pujllay dice que es “el semi-dios, joven, alegre, pícaro y juguetón (el Don Juan de la teogonía diaguita) recibe burlas hirientes de sus compañeros. Su mala conducta fue la causa de la desaparición de la dios challa (...) se emborracha de pena y soledad. Un día cae en el fuego –suicidio desesperado- y muere...” (2000:19)
En 1987 dice “Señor Jesús, que te llevaste un día a la princesa Chaya (...) queremos rogarte que nos devuelvas hoy a esa niña llamada Rocío de agua. /// que la princesa Chaya, con la lunita de enero (¿?)” (2000: 51-52)
En 1990 dice “en esta noche de chayas, cuando la niña antigua de los rocíos vuelve en la luna de febrero” (2000: 64).
En ese mismo año, en el oración inaugural del festival de la Chaya, Gómez soslaya toda referencia su diosa y a su semi dios y dice que la fiesta era un “acorde triunfal de la tribu en las recolección de los frutos: la algarroba madura [es cierto, la algarroba madura en febrero], las mazorcas exuberantes [el maíz madura en marzo, acá hay un error], el cardón florecido [florece en noviembre, acá hay otro error], la albahaca peinando de olores [La albahaca fue introducida por los españoles, acá hay otro error] (2000: 41).
La oración inaugural de 1991 fue un extenso poema que se tituló “La Leyenda del Pujllay”, y allí dice que era un príncipe indio, noble, juguetón y alegre, [ya no era mas un semi dios] pero aún niño como para casarse con Chaya su joven enamorada. En una fiesta se emborrachó y “pereció al caer en las llamas de su amor sin sentido” (2000: 71). Y de la “diosa” Chaya dice que tenía “quince lunas” (¿quince años?) y la llamaban “Rocío del agua” y no la dejaban casarse con Pujllay por ser “indio joven, guapo y alegre, no es príncipe serio”(2000:74). Por lo tanto la princesa, dolorida, parte hacia los montes. Pasado un tiempo los indios salen a buscarla hasta que una tarde enero (¿?) volvió en forma de nube, rocío y lluvia.
Como podemos apreciar, la “leyenda de la niña Chaya y el Joven Pujllay” fue variando con el tiempo en la misma versión del Padre Gómez.
Cuando empezamos a dar a conocer los avances de esta investigación, el Prof. Jorge Ponce, artista plástico, poeta e investigador riojano, comentó que él había sido testigo de un hecho que abonaba estas conclusiones y a su vez arrojaba más luz sobre el tema. Contó que en 1975, trabajando para el Gabinete de Investigaciones del Museo Folklórico, el cantautor José Jesús Oyola le dijo que iba a “escribir una leyenda sobre la Chaya”. A los pocos días le entregó un manuscrito para que Ponce le haga una ilustración y un poema para su presentación.
La “leyenda” cuya creación corresponde a Oyola, dice que al llegar los españoles a estas tierras riojanas se dieron con que en una tribu había una niña de doce años llamada Chaya. “De la hermosa niña nativa se había enamorado el hijo de un colono y el perfume del amor los envolvió y los hizo soñar juntos a la sombra de silvestres arboledas, pero los padres del joven prohíben la unión con la niña de raza india, quien, dolorida, desaparece del hogar hasta que unos pastores la vieron transformada en blanca nube, que ascendía lentamente buscando los pétalos del cielo de la tarde y desde entonces, los chayeros, golpeando sus cajas, la llaman con sus cantos por los rumbos de La Rioja”.
La “leyenda” fue presentada el domingo 18 de mayo de 1975 en el Museo Folklórico de La Rioja por José J. Oyola en un acto al que asistió el entonces gobernador Carlos Saúl Menem. Se presentó además una pieza cerámica alusiva de Jorge Ponce y se editó un catálogo de la muestra que incluía una poema titulado “Belleza gnoma aborigen” del mismo Ponce, y la “leyenda de la Chaya” con el agregado “recopilación”, cosa que sabemos por boca de Jorge Ponce que no era cierto.
La bibliografía clásica acerca del Carnaval o Chaya en La Rioja es, en su mayoría, descriptiva y vagamente procura ahondar en el origen de la fiesta y obviamente no hacen alusión a esta leyenda. Podemos citar los trabajos de Julián Cáceres Freyre (1966) y de Manuel Gregorio Mercado (1967).
Para hacer referencia al Pusllay inevitablemente se consulta o cita al libro “Divinidades Diaguitas” de Zacarías Agüero Vera, único escritor riojano que le dedicó un capítulo a éste personaje extraño del folklore riojano. En varias oportunidades dice este autor, sin dudar, que se trata de una divinidad indígena, especie de Baco o Dionisios americano. No aporta antecedente alguno y dice que tan solo Joaquín V. González y Carlos B. Quiroga han escrito sobre él. Afirma sin dudar que “Pusllay es una divinidad de rancio origen autóctono indudablemente, algo así como un Baco americano, con algunos solamente de los atributos de la deidad helénica (...) se trata pues, de un viejo culto, posiblemente genésico y meteorológico , como los fueron todos los de la región andina” (1993:103-104)
Para Agüero Vera, la procedencia indígena del Pusllay es un pálpito que deviene del origen de la palabra.
Escritores, poetas, docentes, periodistas e investigadores han dado por sentado el origen indígena del Pusllay como Dios de la Alegría y su aparición en los carnavales correspondería a un culto diaguita perdido coincidente con el levantamiento de las cosechas.
Carlos B. Quiroga, citado por Agüero Vera, hace una descripción poética del muñeco, pero sin arriesgar un origen; y Joaquín V. González finaliza el capítulo “La Chaya” de su célebre “Mis Montañas” haciendo una alusión un tanto oscura a este personaje: “...despertando los ecos dormidos en las grutas, mientras en andas, al son de rústicos tambores y flautas pastoriles, se conduce a su templo solitario al ídolo sonriente, de mejillas rojas, de ojos chispeantes, de cabellera desordenada pero entretejida de hiedra, espigas y pámpanos.” (2006: 168).
Extrañamente, Zacarías Agüero Vera dice que las únicas referencias acerca del Pusllay son esos dos autores citados, desconociendo a otros escritores que ya habían publicado obras que hacían mención al personaje que nos ocupa.
En 1922 el famatinense Perfecto Bustamante publica “Girón de Historia” en donde dice, respecto del Pusllay “es la personificación del carnaval, también se le llama “cuarentahoras” (...) es un muñeco del tamaño de hombre vestido de andrajos” para luego hacer descripciones respecto del festejo del carnaval y el entierro del Pusllay y sin arriesgar un origen de este personaje ni el significado de este original nombre: “cuarentahoras”, cuyo únicos antecedentes lo hemos encontrado en Arturo Marasso y en una copla popular que recogiera Julián Cáceres Freyre. (1966:24)
Unos le dicen “Cuarent’horas”,
Yo les digo Carnaval
¿cuál será el nombre perfecto
para poderlo llamar?
Marasso supone que el extraño nombre de “cuarenta horas” es “quizá porque en las cuarenta horas de Cristo en el sepulcro el diablo anda suelto” (1951:160) Es plausible.
Extrañamente, dentro del centenar de coplas de carnaval anotadas por Cáceres Freyre, además de la anotada mas arriba, sólo un “remate” nombra al Pusllay, y dice así:
Remate l’i de dar
El domingo de pusllay.
El célebre arqueólogo catamarqueño Adán Quiroga había publicado en 1899 “Folklore Calchaquí” en donde hacía referencia al Pusllay, siendo –aparentemente- el primer investigador en hacer alusión a este personaje y por lo tanto el iniciador de la tesis del “dios indígena de la alegría”.
¿Desconocía Zacarías Agüero Vera a los libros de Adán Quiroga y de Perfecto Bustamante?
Dice Quiroga “entre los numerosos objetos de mi colección, la espléndida alfarería del ídolo-tinaja de casi tres cuartas de alto, sin duda representa a Pucllay, dios festivo. No es este el lugar oportuno para hacer una descripción completa del ídolo, del cual señalaré solamente los rasgos típicos que hacen que yo lo tome por Pucllay. Su fisonomía, aplanada por el artista, revela alegría y contento: están abiertos sus grandes ojos, provistos de pupilas, en la boca se distinguen perfectamente sus raleados dientes en relieve, pues parece que está riendo. De un lado y de otro hasta la mitad de la mejilla, tiene pintados cuadrados rojos alternados ,(…) , los que contrastan con el color amarillo de su cara. Esto nos es otro prueba de que este dios pintarrajeado está alegre y de fiesta con su particular tatuaje .” (fotos 3 y 4).
Consultado personalmente y por correo el acerca del significado de esta vasija, el Dr. Javier Nastri del Museo Etnográfico, respondió ante nuestra consulta afirmando que “en arqueología no se ha vuelto a trabajar el tema del significado de la Urna Quiroga (procedente de Amaicha del Valle )” Sosteniendo luego que: “1) la arqueología científica no adhiere ni rechaza la interpretación puntual de Quiroga 2) no hay nuevas interpretaciones del significado de la urna Quiroga. En mi opinión, no existiendo impugnaciones puntuales, la interpretación de Quiroga es digna de ser tomada en cuenta, con el espíritu crítico que requiere un tratamiento de un tema tan difícil como el de la interpretación de significados del pasado. En este sentido, debe tenerse presente las prevenciones de Ambrosetti y de Boman en torno al origen quechua de los nombres de los númenes del folklore calchaquí, así también como los posibles transplantes de tradiciones europeas en los ámbitos rurales del NOA, tal como documentara Boman en relación con la ceremonia del "Angelito" . Tratándose de una interpretación con poco desarrollo y no habiendo sido retomada por otros autores, la misma no deja de corresponder al terreno de las hipótesis. Hecho que no le quita mérito.”
Juan Alfonso Carrizo (1942: 240-242) afirma que Pusllay “Es el carnaval hecho hombre, humanizado. Lo personifican para reírse de él y cuando los divertidos lo han celebrado le dan sepultura el domingo siguiente de aquel en que empieza carnestolendas”. Cita a Lenz quien afirma que en Chile es “una fiesta que se celebra en los campos y pueblos vecinos de Copiapó después de la challa (...) Es el simulacro jocoso de un entierro. (...) Un muñeco grande de trapos, parecido a hombre, se coloca montado en un burro.” Y finaliza afirmando que “Evidentemente es una fiesta india”. Dice “fiesta india” pero no “dios indio” o “divinidad india”.
Carrizo retoma su relato y afirma que el Pusllay “parece ser de origen peruano” y cita a Toribio Mejía Xesspe, quien afirma “Pukllay: Tal es el nombre que se da a los días correspondientes al carnaval durante los cuales se exteriorizan los sentimientos infantiles e idolátricos, pues son días de alegría suprema y de expansión del culto pagano. Pukllay quiere decir juego” y continúa con la descripción de la fiesta, de los cantos, las danzas, las comidas y las adoraciones a las deidades incaicas Pachamama y Saramana.
Queda claro que la palabra Pusllay quiere decir en lenguaje quechua “jugar”, es además sinónimo de carnaval y es el muñeco que se arma para la ocasión.
La literatura folklórica que reproduce el concepto del “Pusllay dios indígena” se difunde con facilidad, tal como “Leyendas Indígenas de la Argentina” de Lautaro Parodi que dice “Pujllay: se trata de un personaje perteneciente a la cultura diaguita que representa el espíritu del carnaval. Profundo ancestral, con él llega el sentido alegre, reflexivo, humilde. Se diferencia de las características de Momo: satírico y atrevido. El Pujllay, recorre las calles acompañado de copleros y coros, entre degustaciones de chicha, lluvia de serpentinas y una nube de talco. Su reinado finaliza cuando acaba esta festividad” (2005:132).
Resulta llamativo que este autor no cite fuente alguna acerca de su aseveración, pero mas raro aún es que dicho libro no incluya bibliografía.
Quien más ha trabajado en el estudio del carnaval, fue el Dr. Augusto Raúl Cortazar, autor del célebre “Carnaval en el Folklore Calchaquí”. En este libro, el investigador salteño aporta un caudal de información fundamental para la comprensión de la fiesta más trascendente del norte argentino. Dedica al Pusllay 24 páginas y cita a 14 autores, pero cuando trata el tema del origen, Cortazar ingresa en una contradicción inexplicable para su rigurosidad. Afirma el carácter indígena del Pusllay, apoyándose en los dichos de Adán Quiroga y dubitativamente dice que “...estas mismas regiones debieron haber contemplado en otras épocas festividades y algazaras, cuando los calchaquíes celebraban orgías en honor de sus divinidades báquicas. ¿No será este Pujllay actual de Catamarca y La Rioja una supervivencia típica?”(1949:206). Pero pese a que sostiene esta teoría, cita al célebre libro de Frazer, “La Rama Dorada”, donde se aporta un caudal de información que abona el origen europeo de este personaje.
Orestes Di Lullo (citado por Coluccio. 1964:387), al igual que Agüero Vera, asegura que se trata de un Baco aborigen a causa de su nombre en quichua.
Hasta acá, presentamos a los sostenedores del origen americano del Pusllay. De todos ellos, sólo Adán Quiroga aporta algún dato (la interpretación de la decoración de la vasija que está en el Museo Etnográfico) que no sea el pálpito.
Los diccionarios de regionalismos dicen que Pusllay es el muñeco o fantoche que arman los chayeros para los días de carnaval.
Cáceres Freyre dice “Personificación del carnaval, nace la semana anterior al carnaval en día sábado; es un muñeco payaso, ridículo; se lo hace cabalgar en un burro y acompaña a los tunantes en sus farras y orgías. El domingo de ceniza o sea, el domingo siguiente la semana en que cae carnaval, se le llama “domingo de pusllay” y ese día, al entrarse el sol, se realiza el entierro del pusllay. Se cava una fosa y se entierra el muñeco en medio del llanto de las mujeres y acompañándolo con cantos chayeros y abundantes libaciones.”
El salteño Vicente Solá nos trae noticias sobre la etimología de la palabra dice: “Del q.: puhjay = jugar, divertirse (Torres Rubio) Luchar, pelear (Grigórieff).”
Para Domingo Bravo es “Acción y efecto de jugar, bromear, chancear, recrearse” en el quichua santiagueño. De igual modo, para Lafone Quevedo es el “muñeco o juego del carnaval” y su etimología es jugar, retozar. Y para Jesús Lara phujllay es “Juego. Neologismo de Carnaval”.
Félix Coluccio (1964: 387) aporta datos de varios autores, entre ellos a Eric Boman quien afirma sin dudar: “Pucllay no es una deidad o un ser mitológico como lo supone Quiroga. Es simplemente un personaje de carnaval, disfrazado de manera especial, que divierte con sus chistes y bufonadas”. Boman era europeo y debió reconocer en el Pusllay americano restos de festividades carnavalescas del viejo continente.
El riojano Arturo Marasso en su libro “La Mirada en el Tiempo” hace su descripción romántica del carnaval en donde recuerda que en su infancia, al pie de un cerrito en la localidad de San Miguel (Chilecito) observa un arenal removido a causa de que el día anterior (domingo) habían enterrado al Pusllay. Lo describe: “lo había visto pasar por mi casa, lo llevaban al son de un tamboril; era un muñeco grande, armado con ropa vieja y levantado en un palo. Del que andaba mal vestido se decía anda como el Pusllay o anda hecho un cuarentahoras (...) Tengo la impresión de que alguna vez llevaban a este muñeco a caballo (...) alguna vez echaron cohetes en los bolsillos quemándolo en partes antes de enterrarlo. Quizá confunda mi memoria con la quema de Judas”.
Cuando Marasso se plantea el origen de esta práctica no duda: “el entierro del carnaval, ceremonia europea antiquísima perduraba en el entierro del Pusllay”. Aunque luego ingresa por campos oscuros al afirmar que “este mito agrícola simboliza el entierro de la vegetación del verano, el paso a la región subterránea en espera de la anual resurrección de las hojas y los frutos” (1951: 160)
Pero vayamos mas atrás.
Felipe Guaman Poma de Ayala, en su “Nueva Corónica y Buen Gobierno” (escrito al parecer entre 1583 y 1615), habla de todas las deidades de los inca y pueblos vecinos y sólo utiliza la palabra “pucllay” cuando se refiere al grupo los niños de cinco a nueve años diciendo que son juguetones (puklla-kuq).
Cuando se refiere a los rituales de fin de cosecha en el Samay Inca Raymi (fiesta de descanso del Inca, correspondiente la mes de abril de nuestro calendario) dibuja una lámina en la que aparecen dos mujeres tocando la caja y un hombre cantando. Relata que había bailes en las plazas pública “ ...y ancí comen y ueuen y se hartan la gente del rreyno a costa del Ynga.”. (foto 5) Habla de las huacas, los ídolos, “dioses comunes”, de los sacrificios de carneros, y de que “todo el mes juegan”. También dice que festejan los ricos junto con los pobres.
Resumiendo, cantan y tocan la caja, bailan, beben y comen hasta el hartazgo en las plazas públicas y juegan ricos con pobres igualándose, exactamente igual que en un carnaval actual. Hasta acá no aparece ningún Pusllay, ni muñeco disfrazado, ni fantoche, salvo que esté oculto en los “dioses comunes” que decía Guamán Poma. Pero la vitalidad e importancia que tiene en Pusllay para los carnavales actuales no hace pensar que no podría ser considerado un dios común de haber existido en la época de los inca. Además, no hace mención a deidad o culto parecido o vinculado con la alegría o las libaciones alcohólicas.
ANTECEDENTES EN EUROPA
En 1 de junio de 1786 la Real Academia de Historia de España le encargó a Gaspar Melchor de Jovellanos la redacción de la “Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España”, un trabajo donde se recopila toda la legislación vinculada al control y permisos de las fiestas públicas, espectáculos teatrales, corridas de toros, bailes, etc.
La investigación se completó en 1796 y fue publicada en 1812 y desde entonces lleva varias ediciones e integra la célebre colección Clásicos Castellanos de la editorial Espasa Calpe.
Muchos de los datos de Jovellanos proceden de sus investigaciones en bibliotecas en donde consultó manuscritos de informes, las Partidas de Alfonso el Sabio y todos los libros clásicos conocidos.
Del Rey Alfonso, Jovellanos, anota la legislación que hiciera para ordenar las fiestas públicas en las que prohibía los “zaharrones”. Estos, según Covarrubias era el “momarrache o botarga que en el tiempo de carnaval sale con mal talle y mala figura, haciendo ademanes algunas veces de espantarse de los que se topa y otras de espantarlos”. El diccionario de la Real Academia Española registra “zaharrón” como palabra en desuso, sinónimo de moharracho: persona que se disfraza ridículamente en una función para alegrar o entretener a los demás haciendo gestos y ademanes ridículos.
El Rey Alfonso el Sabio (1221-1284) en la VII partida, prohibía especialmente a los sacerdotes oficiar de “zagarrones” y esto debería ser porque, con alguna frecuencia, los curas se disfrazarían de fantoches, andarían andrajosos por las calles los días de carnaval y asustando a las personas o fingiendo asustarse.
¿De aquí vendrá esta copla que Agüero Vera anota en la primera mitad del siglo XX en los campos de La Rioja?
Carnaval del cura
Vamos a chayar
Almidón y albahaca
Vamos a chayar
¿Será que la costumbre de los curas españoles de disfrazarse de andrajoso y jugar en los carnavales habría llegado a América con la conquista? ¿Será que con el tiempo la tradición varió y en vez de disfrazarse una persona, disfrazaron un muñeco? ¿O tendrá razón Cáceres Freyre que dice que esa copla es sólo una deformación de lo que antaño fue “Carnaval locura”?
Paradójicamente, ningún investigador –salvo Cortazar- cita a Jovellanos o a Covarrubias, pese a que son autores clásicos de la literatura castellana.
La Lic Adriana Plaza Karki publicó unas notas periodísticas , luego compiladas en libro, en las cuales aporta datos incontrastables del carnaval europeo donde aparece en forma recurrente la destrucción o quema de muñecos en esos días, siendo ella la primera investigadora en dejar en evidencia el error persistente de considerar al Pusllay como una divinidad indígena.
Dice esta investigadora chileciteña “nuestro riojano festejo del pusllay, en cuanto dios del carnaval, tiene en el Viejo Continente, muy parecidas formas y expresiones, reconocibles aún en una común denominación: Martes de Carnaval, cuya “muerte” o “quema” o “entierro”, se concreta siempre, el miércoles de cenizas.”
En “La Rama Dorada”, el antropólogo irlandés J. G. Frazer hacen algunas menciones a fogatas y quema de muñecos en festejos coincidentes con la finalización del carnaval o el inicio de la cuaresma que son incontrovertibles: “La costumbre de encender fogatas el primer domingo de cuaresmas ha prevalecido en Bélgica, el norte de Francia y en muchas partes de Alemania” (1980: 685). “...el primer domingo de Cuaresma (...) sujetan una figura humana llamada “la bruja” hecha con ropa vieja y rellena de pólvora. Por la noche le prenden fuego al conjunto y mozas y mozos bailan a su alrededor...” (1980:688)
Dice también Frazer que en varios pueblos de Europa había personas que disfrazadas de una manera en particular eran perseguidos y luego simulaban su ejecución y entierro. En otros pueblos se erigía un muñeco que representaba al carnaval que era quemado el último día. Otros tenían además del muñeco, a la “esposa del carnaval” que era quemada junto con su “marido” . En otras localidades era ahorcado o destrozado por caballos que lo arrastraban por las calles o enterrado mientras hombres disfrazados de mujeres de luto fingían llorar a su alrededor .
Las descripciones de Frazer son indubitables. Tenemos en Europa festejos de carnaval con quema de muñecos para los días de finalización. El reputado antropólogo norteamericano George Foster en "Cultura y Conquista" (1962 : 298-300) hace un recorrido de todo el folklore español y la impronta que dejó en diversos lugares de Latinoamérica En el capítulo XIV “Días festivos y fiestas” describe a grandes rasgos las fiestas populares españolas. Al llegar al Carnaval nos dice, refiriéndose a las características específicas de la fiesta “Entre éstas se incluye la personificación del espíritu del carnaval y su entierro subsiguiente… (…) Al espíritu del carnaval se le representaba, usualmente, por un monigote o pelele, enorme figura rellena de paja… (…) Con no poca frecuencia, la figura tenía, asimismo, una esposa, y desfilaban otros monigotes más pequeños… (…) El Martes de carnaval o el Miércoles de cenizas, la figura se quemaba, enterraba o destruía de algún modo… (…) En Galicia se llamaba entroido a la figura de paja que representaba al espíritu del carnaval (…) también se nombraba meco a dicho monigote. A esta figura y a su contraparte femenina (…) se paseaban montadas en un burro (…) se las hacía desfilar por el pueblo y se las quemaba. En Barcelona se le daba el nombre de “carnestoltes” a una enorme figura, como al carnaval. Los jaraneros de las afueras de la ciudad se congregaban alrededor de ella (…) y después de un breve reinado se la enterraba el Miércoles de cenizas. La destrucción o entierro de las figuras parece haber sido más común en el norte que en el sur de España, caracterizando especialmente a Cataluña, Aragón y Navarra".
Cabe aclarar que Foster hace un llamado a pie de página donde anota como impresionó esta herencia española en América, diciendo que en Jalisco, en el siglo XIX, el carnaval era presidido por el Rey del Buen Humor; según Vázquez Santana. Dice además que Toor describe a un grotesco monigote sentado en una llama en Puno (Perú) y que Augusto Raúl Cortazar estudia el pusllay en el carnaval del noroeste argentino.
A esta altura, queda en claro la poca profundidad con que se han manejado algunos investigadores para el análisis de este personaje:
a) Limitación en el uso de la bibliografía regional.
b) Falta de estudio de la literatura clásica.
c) Repetición automática del mismo error.
d) Invención de leyendas como la niña Chaya y el joven Pusllay.
ANÁLISIS DE LA NOVELA “LA MANEKINE”
“La Manekine” es una novela escrita por Philippe de Remy, perdida hacia mediados del siglo XIII y hallada y publicada a fines del siglo XIX, en la cual recrea un conocido cuento folklórico en el que un rey que luego de enviudar, sólo consigue hallar reemplazo a la belleza de su mujer en su hija Joie. Ella se niega por lo que el padre le da un plazo de tiempo para que se decida. Condenada a muerte por negarse al matrimonio con su padre, el senescal se apiada y lanza al mar en una barca y el viento la conduce al reino de Escocia donde un Rey la acoge y la llama “Manekine” (?) (¿modelo? ¿maniquí?). El enamorado Rey debe soportar la resistencia de sus familiares quienes urden en contra de la joven para sacarla del medio. El Rey se casa con Manekine y luego parte a Francia a participar de un torneo. La joven alumbra un hermoso hijo pero la madre del rey le envía una carta diciendo que ha parido un monstruo. El Rey escribe diciendo que cuiden de la madre y el hijo, pero la Reina Madre intercepta la carta y anuncia que el rey ha exigido que quemen en la hoguera a Manikine y su criatura. La ejecución se efectuará al finalizar el carnaval (?). El mayordomo del Rey, reemplaza a Manekine y su hijo por unos muñecos de madera que son quemados. Luego son conducidos a una embarcación que a la deriva va a dar milagrosamente al encuentro con el Rey.
Esta historia tiene el interesante dato de la quema de muñecos en coincidencia con la finalización del carnaval en el siglo XIII europeo. De tal modo se prueba la existencia de esta práctica desde el siglo XIII en gran parte de Europa.
El relato de Manekine aparece en nuestra colección “Cuentos Folklóricos de Famatina” recopilado en 1949 bajo en nombre “El Carnero de Oro”.
En dicho cuento, una princesa es requerida de amores por el padre. Ella sólo aceptaría el matrimonio si encontrase algún libro o ley que diga que una hija puede casarse con su padre. Por más que busca y lee, no puede hallar ese libro. Entonces contrata a un platero para que le fabrique un Carnero de Oro de tal dimensión que quepa una persona, comida y aire para un año en su interior. Llegado el día se introduce en el carnero y se lanza al mar en donde permanece a la deriva durante un año hasta llegar a una playa lejana. Luego de varias peripecias va a dar a un palacio donde la encuentra un rey que se enamora y le promete matrimonio luego de que vuelva de una guerra. En el palacio es descubierta por otras mujeres que pretenden al rey y la expulsan. Va a parar al campo donde un anciano la rescata y la adopta como hija. Llegado el rey de la guerra y al no hallar a su enamorada forma escolta y sale a buscarla casa por casa. Llega a la del anciano, la reconoce y cumple su promesa de matrimonio.
En este cuento no aparece el reemplazo por el muñeco ni la quema en el final del carnaval, pero aparece en forma asombrosa el resto de las secuencias y motivos que durante siete siglos permanecieron vivos en la memoria del pueblo.
Lo interesante es que se prueba que el cuento de Manekine, en el cual ya aparece la quema de muñecos al concluir el carnaval, ha llegado a La Rioja con ligeras variaciones.
CONCLUSIONES
• La palabra pusllay es quichua y significa “jugar”. Es además sinónimo de carnaval y de muñeco de carnaval.
• No hay evidencia de que Pusllay haya sido una deidad indígena.
• Es muy posible que el Pusllay actual de la chaya riojana sea una reactualización de los zaharrones que, desde el siglo XIII, aparecen en los carnavales españoles.
• El uso del muñeco y su quema o entierro al finalizar el carnaval, es una práctica que pasó del folklore europeo al americano.
La bibliografía que citada como “La Memoria para el arreglo...” de Jovellanos, y como “La Rama Dorada” de Frazer, son libros clásicos que se encuentran en las bibliotecas y librerías con diversas ediciones y ninguno de los escritores que sostiene el origen indígena del Pusllay los cita en la bibliografía.
Todos los datos presentados son coincidentes, y por el contrario, no existe ninguna información confiable que diga que el Pusllay era una deidad indígena de la alegría. Nos inclinamos a pensar que la confusión la crearon nuestros escritores e investigadores, exultantes de indigenismo, pero sin ninguna otra prueba que el origen de una palabra. Sería como pensar que el “teléfono” – vocablo formado por dos voces griegas – fue inventado por Aristóteles o Platón.
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