La Biblioteca de Alejandría
La Biblioteca de Alejandría, fue la más grande de la antigüedad, y que vió finalizada su larga vida al ser incendiada por el califa Omar en el año 634, que lo hizo basándose en un curioso argumento: “Los libros de la Biblioteca o bien contradicen el Corán, y entonces son peligrosos, o bien coinciden con el Corán, y entonces son redundantes.”
Este razonamiento notable, costó a la memoria humana una buena cantidad de obras irrecuperables, pero no tantas como se cree si es que eso sirve de consuelo. En realidad, cuando el califa Omar tomó su drástica medida, la Biblioteca era solo la sombra de lo que había sido alguna vez, y de ella quedaba muy poco, perdido en sucesivos desastres.
La Biblioteca formaba parte de una especie de institución llamada el Museo: fue fundada por Ptolomeo Soter, rey de Egipto del 305 a 285 a.C.
Ptolomeo era uno de tantos generales que, tras la muerte de Alejandro Magno, se adjudicaron los restos de su vasto imperio. Ptolomeo se hizo con el territorio Egipcio: la dinastía fundada por él duró hasta el año 30 a. C., cuando Cleopatra gestionó su automuerte mediante los eficientes servicios de un áspid.
En su acepción clásica, la palabra “museo” significaba “lugar donde se adora a las musas”, es decir, donde se cultivan las artes y las ciencias. El Museo de Alejandría, y por ende la Biblioteca, estaba ubicado en el barrio alejandrino llamado primeramente “de los Palacios”, y más tarde “Brucheion”; es casi seguro que se trataba de una especie de barrio residencial de dimensiones colosales.
Museo y Biblioteca se contaban entre las instituciones más prestigiosas del mundo antiguo: el bibliotecario y director del Museo era nombrados por el rey de Egipto en persona.
Del funcionamiento del Museo no se sabe casi nada; hoy día sigue siendo un misterio. Se sabe que tenía pleno apoyo del Estado: los libros se traían de todas las partes del mundo civilizado de entonces, y los reyes de Egipto no reparaban en gastos para conseguir más y más libros: se pedían prestados, se copiaban y luego se devolvían… o no. Así, la Biblioteca de Alejandría llegó a ser una formidable concentración de material escrito.
En cuanto al número de obras que custodiaba, es muy difícil de saber. Juan Tzetzes, monje bizantino del siglo XIII, sostenía que la “biblioteca externa” o “pequeña biblioteca”, tenía unos 42.800 rollos de papiro y la “biblioteca del palacio”, presumiblemente la principal, la “verdadera” y gloriosa Biblioteca, poseía 490 mil rollos. Ahora bien: un rollo de papiro constaba de un promedio de veinte hojas. Calculando la cantidad de información que admite un rollo de esas dimensiones y la longitud de los libros producidos en la época se puede llegar a una cifra aproximada: 490 mil rollos deben ser más o menos 70 mil obras, cifra que hoy día puede no parecer sublime, pero que en la época era colosal.
En cuanto a su destrucción, se le atribuye al califa Omar, pero si es cierto que la Biblioteca ya arrastraba un largo período de decadencia. El monarca Ptolomeo Euergates II, un tirano típico de la época, vació el Museo, echando a la mayoría de los estudiantes.
El gran desastre parece haber ocurrido en el año 273, durante los enfrentamientos entre el emperador romano Aureliano y el caudillo rebelde Firmus: el resultado fue que la Biblioteca sufrió las peores pérdidas de su historia.
El barrio entero del Brucheion se transformó en un páramo pero algo debió quedar; en el año 391 se produjo un nuevo desastre, cuando las turbas alejandrinas, promovidas por Teófilo, “un hombre cuyas manos se manchaban alternativamente con oro y sangre”, desataron un nuevo incendio en el que pereció toda o gran parte de la “pequeña biblioteca”. Mala suerte para el califa Omar: cuando decidió purificar la biblioteca de Alejandría mediante el fuego, en ella quedaba poco y nada.
Hoy día, es imposible pensar qué maravillas pudieron dormir su último sueño en la Biblioteca de Alejandría, qué poemas, qué relatos, qué conocimientos... estuvieron allí custodiados a la espera de análisis o lecturas, de traducciones al griego o a otros idiomas.
Qué caminos artísticos, científicos, filosóficos estaban ya iniciados o concluidos en aquellos centenares de miles de rollos con noticias y conocimientos procedentes de todo el mundo conocido, caminos que o tardaron siglos en volver a iniciarse o que permanecen aún sepultados bajo el polvo del tiempo.
¿Sería el mundo, la civilización, la historia del ser humano igual si no se hubiera destruido la Biblioteca de Alejandría? Sin duda es una de las preguntas quizá más fascinantes, quizá más inútiles que hoy pueden hacerse.
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