Folklore popular argentino: El Caburé.



El caburé o cabureí es un pájaro de la región chaqueña de gran ascendencia sobre las demás aves de la selva. Se dice que a su llamado acuden todos los pájaros de la floresta entre los que elige su víctima. Esta triste fama del caburé ha servido para que la gente le atribuyera poderes desconocidos y utilice sus plumas como "payés" o amuletos, para obtener ventajas espirituales y materiales, suerte en el amor, en el juego, en la guerra, etc. Es creencia. que esos amuletos colgados sobre el pecho, dan un poder irresistible a quien los lleva.


En esta larga guerra entre Dios y el Demonio que culminará en el Juicio Final, sucedió una vez que Tupang (Dios), Qreó un hermoso pájaro, Señor y Rey de los cantores. Lo hizo magnífico, como todas sus creaciones, deslumbrante, y de voz maravillosa, para que las demás avecillas, en un anhelo de superación emularan entre sí para alcanzar su voz, su porte y donosura.

Pronto el caburé difundió el sortilegio divino de su voz, hechizando con su canto a todos los moradores de la selva que le rodeaban, embelesados, dominados por la magia de sus trinos.

Así fue el caburé en un principio y así le conocieron generaciones y generaciones de aves de la selva y la floresta.

Pero el Rey de los cantores tenía un talón de Aquiles, un punto vulnerable como todos los elegidos. No debía ser sorprendido durante el sueño a solas. Pero una noche, por conjuro de los hados negros, el hermoso cantor se encontró solo en la espesura. Había desgranado todo el día el concierto prodigioso de su voz, y fatigado, quedó dormido. Aprovechó Añang esta ocasión única y le introdujo el maleficio.

Al 'ía siguiente el caburé ya no era el mismo. Su voz había degenerado y su mansedumbre se había trocado en ansias incontenibles de crimen. Ya no cantó más para embelesar. a las avecillas de Dios, sino para elegir su presa. Este cambio psíquico, trajo también lentamente su cambio físico. El caburé, pervertido, criminal, maldito, perdió sus hermosas formas tomando un aspecto vulgar. Pero las humildes avecitas de la selva, por efecto todavía de aquel influjo mágico que Tupang le dió, acuden a su llamado fatal, donde pagan con la vida su devoción a la melodía y la belleza. . .

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