Transexuales Milenarios. Los hijras: el tercer sexo de la India



Nacieron siendo hombres, pero decidieron vivir como mujeres. Son los hijras, transexuales indios que inmersos en una cultura tradicionalista, sufren el estigma y la discriminación de sus cercanos. Esta es una pequeña radiografía de su condición.

(Salman Rushdie).- “Según la mitología griega, Hermafrodito, hijo de Hermes y Afrodita, se enamoró tan apasionadamente de una ninfa llamada Salmacis, que le rogó a Zeus que lo uniera a ella para siempre. Así quedaron unidos en un solo cuerpo en el que ambos sexos permanecieron a la vista"...
La tradición contiene una versión todavía más fuerte de esta historia, en la que son protagonistas los dioses más insignes del panteón hindú; lo que se glorifica no es sólo la belleza de la unión física de los sexos, sino la de la unión del principio masculino y el femenino del Universo, metáfora que va más allá de la biología.

En una cueva de la Isla Elefanta, en el puerto de Mumbai, hay una escultura de la deidad conocida como Ardhanari o Ardhanarishvara, nombre formado por tres elementos: ardha (mitad), nari (mujer) e ishvara (dios): Ardhanarishvara, el dios que es mitad mujer.

Una mitad de la figura tallada en Elefanta es masculina, mientras que la otra es femenina, y en su conjunto representan la unión de Shiva y Shakti, las fuerzas del Ser y del Hacer, el fuego y el calor, en el cuerpo de una tercera deidad, bi-sexuada.

A una historia cultural tan rica en cuanto a las posibilidades poderosísimas que ofrece la mezcla sexual debería resultarle sencillo comprender y aceptar no sólo a quienes son hermafroditas por su biología, sino también a las modalidades contemporáneas de mezcla de géneros, como la comunidad hijra. Y sin embargo, a ésta siempre se le ha tratado con una mezcla de fascinación, asco y miedo.

Recuerdo haber sentido fascinación y miedo cuando siendo apenas un muchacho, mucho tiempo atrás, en Mumbai, me encontré frente a la silueta alta y llamativa de una hijra mendicante, vestida como una reina del mar y portando un largo tridente de plata, que orgullosamente se abría paso a través del tráfico de Marine Drive.

Y, como todo el mundo, vi a las hijras otorgando sus bendiciones de rigor durante las bodas, algo que anfitriones y huéspedes toleran pero no siempre disfrutan. Parecían visitantes de un mundo más estridente, más duro, más brillante, más peligroso. Parecían seres ajenos.

Parte del problema es, por supuesto, la operación de cambio de sexo, cuya realidad, que incluye el cuchillo curvo y la convalecencia prolongada y dolorosa, resulta difícil de asimilar. En la novela A Son of the Circus, de John Irving (1994) se puede encontrar una descripción gráfica de lo que sucede:

“La operación —utilizan la palabra (operación) en inglés[1]—de un hijra la realizan otros hijras. El paciente contempla un retrato de la Diosa Madre Bahuchara Mata; se le aconseja que se muerda el cabello, porque no hay anestesia, aunque al paciente se lo seda con alcohol o con opio.

El cirujano (que no es cirujano) ata una soga alrededor del pene y de los testículos para poder cortarlos de una sola vez, porque es de un solo tirón que ambos se eliminan. Al paciente se le deja que sangre todo lo necesario, pues se cree que la masculinidad es una suerte de veneno, y la hemorragia lo limpia. No se cose: toda la superficie que está en carne viva se cauteriza con aceite caliente. Mientras la herida va sanando, a la uretra se la mantiene abierta punzándola una y otra vez. De ello resulta una cicatriz fruncida, que se parece a una vagina”.

Irving también dice que “uno podía pensar o decir muchas cosas sobre los hijras, pero eran un tercer género: simplemente (aunque no fuera muy simple), eran otro sexo. Lo que también era cierto es que, en Bombay, eran cada vez menos los hijras losque podían mantenerse dando bendiciones o mendigando, y eran cada vez más los que se estaban convirtiendo en prostitutas”.

Catorce años más tarde, esto sigue siendo cierto. Y, en consecuencia, el mundo de los hijras, que ya cargaba con la desconfianza, el desagrado y la antipatía del mundo, ahora también se ve amenazado cada vez más por el peligro de una infección por VIH y en consecuencia, del Sida.

Las ocupaciones tradicionales de las hijras son tres: manti (o basti), es decir, mendigar; badai, la celebración durante las bodas; y pun, la venta de sexo. En el Bombay de hoy, con sus edificios altísimos, con sus guardias frente a los barrios cerrados, con su falta de interés en las badai de las hijras, su fuerza policial dispuesta a arrestar a mendigos y a implementar las leyes contra el manti, que imponen una multa de 1.200 rupias (unos 30 dólares) por esa contravención, sólo la pun les ofrece la posibilidad de ganar lo suficiente para sobrevivir.

Hay una ley contra la mendicidad, pero las que castigan el trabajo sexual son más laxas. Sin embargo, existen otros riesgos más serios: los de la infección y de la muerte.

Las hijras exageran su número, afirmando que sólo en Bombay son 100 mil. La cifra real probablemente esté cerca de las 5 mil, mientras que la primera cifra puede muy bien ser el número total en la India.

Viajan muchísimo, de un evento a otro, por todo el país —una hijra me dijo que en los últimos dos meses había estado en Ghaziabad, Haryana, Nepal, Ajmer y Gujarat— y parece que son pocas las que se quedan en sus lugares de origen.

Sólo una de las hijras que conocí en Bombay era nativa de allí, y esto no es inusual. El rechazo y la desaprobación por parte de la familia probablemente sea lo que explica este desarraigo.

Habiéndose recreado a sí mismas como seres a quienes sus familias de origen con frecuencia rechazan, las hijras por lo general optan por llevar sus nuevas identidades a lugares también nuevos, en los que se forman nuevas familias en torno a ellas y las acogen.

Malwani es una de las “zonas bravas” de la ciudad. Medio siglo atrás, allí se depositaba a los convictos; hoy es una zona carenciada en la que viven muchas de las hijras de Bombay. La vivienda adecuada es un problema.

“En Andhra el Primer Ministro les dio viviendas a las hijras, pero aquí no”. Las tarjetas de racionamiento[2] son un problema y, cuando se puede conseguir una, quien la tiene se considera afortunada. Sin tarjeta de racionamiento, ni la de contribuyente impositiva, ni la de identidad como votante, ni cuenta bancaria, no existes, y el Estado te puede ignorar.

No resulta sorprendente, entonces, que las hijras se sientan vulnerables, que le teman no sólo a los policías sino también a los hospitales. Los médicos suelen ser groseros y se niegan a atenderlas, pero me dijeron que hay señales de que dicha situación está cambiando para bien, inclusive entre los policías. “Ahora nos llaman ‘señoras’ y no nada más nos maltratan”.
Un gut es un grupo de auto-ayuda creado para enfrentar los diversos riesgos que acechan a las hijras, especialmente los que tienen que ver con la salud. El Aastha Gut, en Malwani, es uno de esos grupos. “Ha tenido mucho éxito. Cuando 15 personas van a la estación porque una de nosotras ha sido arrestada, la policía se comporta mejor”. Con la ayuda del gut, un grupo de hijras se puede convertir en “educadoras de pares” y difundir lo que saben entre la comunidad.

Probablemente haya 7 mil de esas educadoras hoy en día, cada una de las cuales “hace el seguimiento” de 50 integrantes de la comunidad y el resultado es que son cada vez más las hijras que se informan y se convencen de asistir a las clínicas sanitarias de la ciudad, para someterse a un análisis de sangre.

Pero todavía queda mucho trabajo por hacer. El uso de condones por parte de los clientes de las hijras todavía es bajo, tal vez sólo un 50%, y aunque la caída de las infecciones por gonorrea y clamidia hasta alcanzar cifras menores al 5% muestra que el uso de condones está haciendo que la situación mejore, los riesgos persisten.

El Aastha gut fabrica y distribuye condones con sabor a paan[3], y a las hijras les enseñan (con la ayuda de atractivos penes de madera) a guardar en la boca los condones de ese sabor que tanto gusta; y luego aplicarlos rápidamente sobre el miembro del cliente. (Me obsequiaron con un par de demostraciones de esta técnica, impresionantes por su rapidez y habilidad —me apuro a aclarar que la demostración siempre ocurrió sobre los penes de madera y sobre ningún otro).

La mayoría de las hijras que conocí “se dieron cuenta” durante la pubertad, aunque algunas descubrieron su naturaleza algunos años después. “En mi infancia tenía modales de niña y la gente se reía de mí y me castigaba por ser tan femenina”. “Muchas veces pensé que debía vivir como chico y lo intenté, pero no me salía”. “Lo llevo en los genes”.

Lo que siguió fue el rechazo. Y el miedo. “Mi familia siempre supo pero todavía lo niega”. “En nombre del izzat (honor) de la familia, me expulsaron”. “Ya en la Universidad, mi padre me golpeó. Yo le dije ‘Pégame, ¿qué puedes hacer?’”. “De no ser por mi comunidad, no hubiera sobrevivido. En mi casa me gritaban, me insultaban, de todo”.
Sin embargo, hay algunas raras excepciones. “Yo sólo voy a visitar a mi familia de noche, pero voy”. Y los comienzos de la conciencia política. “Hay quienes defienden los derechos de las mujeres, pero a nosotras no nos defiende nadie, ni siquiera como ‘mujeres de segunda’”. “Nosotras también somos parte de la creación”.
Thane, la llamada Ciudad de los Lagos, es un ambiente muchísimo más atractivo que los barrios carenciados de Malwani, o la zona roja de Kamathipura, donde hay un callejón especial para hijras. (Se cuenta que alguna vez fueron dueñas de la zona roja en su totalidad, pero tuvieron que venderla, callejón tras callejón, a medida que los gharanas —clanes— se fueron empobreciendo).
Fui a Thane para encontrarme con una hijra excepcional que se llama Laxmi, notable por su capacidad de expresión y por la fuerza de su personalidad. En los viejos tiempos, en sus comienzos, Laxmi –—que es una suerte de estrella local— “desfilaba” en torno al lago Talao Pali en Thane, todas las noches.

Laxmi es una rareza entre las hijras: vive con su familia y, para no ofender a sus padres, se viste de hombre cuando está con ellos. La llaman por su nombre masculino, Laxmikant, o por el apellido familiar, Raju, y como hombre trabaja dando clases de bharatnatyam (un estilo de danza tradicional) en su casa.

Pero cuando sale, es Laxmi, y todo el mundo en Thane la conoce. Es una persona voluptuosa, de labios entre púrpura y negros, difícil que pase desapercibida. Sus comienzos son bastante típicos. “A los 9 ó 10 años, le decía a la gente que era gay. Me insultaban. Un día, en los jardines Maheshwari, conocí a Ashok[4]. ‘Hay algo que está mal en mí, qué debería hacer’, le consulté. ‘El mundo es anormal’, me respondió. ‘Tú eres normal’”.

Cuando todavía estaba en la secundaria, iba a pubs gays y comenzó a bailar por dinero. “Entonces, 15 años atrás, me convertí en la Primera Drag Queen de Bombay”. Al poco tiempo conoció a una mujer, Gloria, que le abrió la puerta al mundo hijra. “Mi hermano es como tú”, le dijo Gloria. Laxmi conoció al hermano de ésta, la hijra Shabina, en una cabina telefónica en la Terminal Victoria de Bombay. “Normalmente usa saris, pero ese día estaba de jeans”.

Laxmi llevó a Shabina al Café Montecarlo. Shabina no quería entrar. “La tomé de la mano. Tú eres quien eres, y deberías disfrutar de tu persona, le dije. Pero ya en el café le confesé a Shabina que yo solía detestar a las hijras. ¿Por qué aplaudes y pides limosna?, le pregunté. Deberías hacer un trabajo decente. Entonces Shabina me explicó la estructura, los gharanas. Eso me resultó atractivo. Era más que hablar sólo de sexo”.

Shabina la llevó a conocer a otras hijras, y especialmente a Manjula Amma, alias la Gorda Manjula, del gharana Lashkar, cuya líder era Lata Naik. Laxmi ingresó a esa familia. “Entré al mundo hijra en Byculla. Lata Naik tambien estaba ahí. Yo transpiraba. Un hombre ya mayor me dijo adónde ir. Vi a Lata Naik. Ella tenía 55 años pero parecía de 45. La rodeaban seis hijras muy amenazadoras. Me hicieron pensar en Ravana[5]. Les dije ‘Quiero que me acepten. ¿Cuánto cobran? ¿Quieren una donación?’. Lata Naik se rió. Me aceptó, gratis, de palabra. En aquella época nada se ponía por escrito. Lata Naik fue la que más tarde comenzó a guardar registros. Tenía una caligrafía preciosa, la he visto en los libros hijráticos que ahora lleva”.

El padre de Laxmi es “del tipo militar-brahmín de Uttar Pradesh”. La transformación de su hija le resultó algo muy difícil de aceptar, sobre todo porque desde el comienzo mismo Laxmi fue una hijra muy atrevida, dando entrevistas al canal de televisión Zee News y demás. Después de la entrevista en Zee TV, su padre quiso casarla. Ella se resistió al matrimonio y finalmente su padre cedió, entre lágrimas. “Mi padre, el pilar de mi hogar. Lloró”.

El amor de su madre nunca estuvo en duda. “Para mí, mi madre es mi mundo”. Ahora sus padres ya la han aceptado, hasta el punto de mostrar curiosidad por sus implantes mamarios. En su casa, una vez se sentó con el torso desnudo, olvidándose de ponerse una blusa. El padre se lo reprochó. “Si te las hiciste, aprende a respetarlas”, le dijo. “Ahora mi padre es mi mejor amigo”, me explica Laxmi.

Ella dice lo que piensa, tiene confianza en sí misma, se siente segura. Quiere tener voz en la campaña contra el VIH/Sida y ayudar a salvar a lo que ella llama “el tercer sexo de la India”. “Ahora las hijras decimos lo que pensamos”, comenta, “pero el problema son los activistas que nos están intentando hacer encajar en la cultura HSH” (Hombres que tienen sexo con hombres, de los que hay tres variedades: panthis, los que van arriba; kothis, los que van abajo, y doble-piso, que no necesitan explicación).

“El sector HSH se está haciendo muy fuerte”, dice Laxmi. “Pero nosotras no somos HSH. Ni siquiera somos simplemente personas transgénero. Somos ... hijras. Llevo conmigo toda una cultura. Es ese aspecto colectivo, la cultura hijra, lo que es importante. No la podemos sacrificar. Somos diferentes”.

Se cree que las hijras de Bombay y del resto de India son la comunidad que corre el mayor riesgo de infectarse con el VIH. Ha habido mejoras en términos de organización, difusión, educación y autoayuda, pero las vidas de muchas hijras siguen estando signadas por la burla, la humillación, el estigma, el miedo y el peligro.

Laxmi de Thane y las “educadoras de pares” en Malwani pueden representar historias de triunfo, hijras que se han apropiado de sus propios destinos y están tratando de ayudar a sus compañeras, pero son muchas las hundidas en la pobreza y la enfermedad.

Según los poetas-santos del Shivaísmo, Shiva es Ammai-Appar, madre y padre combinados. De Brahma se dice que creó a la humanidad convirtiéndose en dos personas: el primer hombre, Manu Svayambhuva, y la primera mujer, Satarupa. India siempre entendió bien la androginia, el hombre en el cuerpo de la mujer, la mujer en el del hombre. Pero las Ardhanaris que caminan entre nosotros, el tercer género de la India, todavía no les ha llegado nuestra comprensión ni nuestra ayuda.

Fragmento tomado de “Aids Sutra: Untold Stories from India”, editado por Negar Akhavi Vintage. Traducción: Translingua-Traducciones Feministas Multigenéricas.



[1] En masculino en el original N.T.


[2] Tarjetas que distribuye el gobierno a la población empobrecida para que puedan comprar alimentos a precios reducidos.


[3] El paan es una mezcla hecha con las hojas y el fruto del betel, que se mastica – es una tradición muy popular en el sur de Asia.


[4] Activista gay indio, uno de los pioneros del movimiento.


[5] Demonio que lucha con Rama en la mitología hindú

Comentarios

  1. siempre con los mismos prejuicios ,tranxesuales ,epocas pasan ,prejuicios no.

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