Inocencio VIII: el Papa vampiro que murió tomando la teta.



Durante siglos la humanidad ha visto pasar a una infinidad de papados, muchos de ellos envueltos en las más diversas polémicas. Sin embargo, pocos pontífices tienen una historia tan obscura y cargada de misterio como Inocencio VIII, también conocido como “el papa vampiro”.

Alrededor de este papa hay varias leyendas, por ejemplo, se le atribuye estar al tanto de la existencia del Continente Americano antes de que este fuera “descubierto”, o haber tenido una nodriza personal de la que bebía leche humana. Por supuesto, al haber ocurrido hace más de cinco siglos muchos de estos hechos no están plenamente confirmados y por lo mismo están rodeados por un halo enigmático.

A continuación, un breve repaso de la intrigante vida de Inocencio VIII. Al final dependerá de cada lector sacar sus propias conclusiones.


El Papa Viudo

Aunque no hay un registro exacto sobre el día de su nacimiento, se sabe que Inocencio VIII vino al mundo en 1432, en la ciudad italiana de Génova, bautizado como Giovanni Battista Cybo. Al ser hijo de un senador romano, Giovanni siempre tuvo relación cercana con la curia romana y con personajes muy influyentes de la época.

Apasionado de los temas políticos, se integró al clero, a la edad de 35 años fue nombrado Obispo de Savona y poco después alcanzó el grado de Cardenal. Desde el punto de vista religioso su vida personal fue muy cuestionada, pues en sus años juveniles se casó y enviudó, además tuvo ocho hijos reconocidos (dos de ellos fuera del matrimonio), aunque el rumor es que tuvo mucha más descendencia.

Fue elegido papa el 29 de agosto de 1484, sucediendo en el “Trono de San Pedro” a Sixto IV. Para algunos historiadores, este nombramiento estuvo influenciado por el vicecanciller Roderic de Borja, quien curiosamente, al terminó del papado de Inocencio VIII ocupó el puesto bajo el nombre de Alejandro VI.

Inocencio VIII, el papa número 213 de la Iglesia Católica, fue un hombre con una personalidad hasta cierto punto contradictoria. Por un lado, era considerado bondadoso y de carácter débil, además de que frecuentemente era presa de enfermedades; pero también tuvo una profunda injerencia en las decisiones políticas e incluso militares de la zona. Su papado estuvo caracterizado por el libertinaje y el neopotismo, que incluso lo llevó a nombrar cardenal a Giovanni de Médici, el hermano de su nuera, cuando este solamente tenía 13 años de edad.
Su rara relación con Cristóbal Colón

Con su fallecimiento el 25 de julio de 1492, el pontificado de Inocencio VIII llegó a su fin. En el epitafio de su monumento funerario, justo debajo de esa fecha de defunción puede leerse la frase: “Novi orbis suo aevo inventi gloria” (Suya es la gloria del descubrimiento del nuevo mundo). Ocho días después del día señalado en esa placa, Cristóbal Colón partió del Puerto de Palos para emprender un viaje que concluiría con el descubrimiento de América.

¿Habrá sido posible que el Papa tuviera conocimiento de la existencia de un nuevo continente, aún antes del histórico viaje de Colón? ¿Por qué el Papa fue uno de los personajes que más apoyo mostró a Colón para realizar este viaje?

Aunque muchos califican el carácter profético de esta frase como una coincidencia, lo cierto es que las vidas de Inocencio VIII y Colón tienen varias conexiones. En primer lugar está el origen de Colón, cuya madre biológica fue la noble romana Anna Colonna, que se casó con Antonio Del Balzo Orsini, príncipe de Taranto, con quien no tuvo descendencia.

Existe la teoría de que el padre de Colón fue Giovanni Battista, un adolescente de entonces 14 años con quien Anna Colonna tuvo una relación extraconyugal en 1446; sí, el mismo Giovanni que terminaría convirtiéndose en Papa. Años después del nacimiento de su hijo ilegitimo, Giovanni consiguió que su vástago fuera adoptado por Domenico Colombo y Susanna Fontanarossa, un matrimonio de comerciantes genoveses que en los libros de historia aparecen como los padres oficiales de Cristóbal Colón.

Como mencionamos párrafos atrás, los rumores apuntan a que Inocencio VIII tuvo una descendencia tan numerosa que en la época se le llegó a conocer como el “Padre de Roma”. Uno de estos hijos “no reconocidos” pudo haber sido Cristóbal Colón, idea que varios sustentan señalando el parecido entre ambos. Incluso se rumora que el nombre dado a la isla de “Cuba”, una de las primeras tierras del Nuevo Continente que pisó Colón, proviene de “Cybo” por un apellido de Inocencio VIII.

Otra de las conexiones tiene su base en la idea de que Colón no fue el primero en llegar al Nuevo Mundo, de hecho numerosas tesis postulan que varias culturas no solo habían viajado con anterioridad al continente americano, sino que incluso realizaron intercambios comerciales.

Cuando los rumores sobre la existencia de un Nuevo Mundo llegaron a los oídos de Colón y del papa, este último vio la oportunidad de obtener de estas nuevas tierras una importante cantidad de recursos que le permitieran financiar una cruzada contra los turcos y detener su peligroso avance por el continente europeo.
El Papa contra la Brujería

“Summis desiderantes affectibus”, ese fue el nombre del documento pontificio o bula que Inocencio VIII firmó el 5 de diciembre de 1484, con el que abrió la puerta a la caza de brujas y de todo sospechoso de tener tratos con el Diablo mediante la Santa Inquisición.

Estas medidas reflejan la obsesión del Papa por los temas relacionados con la brujería, las artes obscuras, la nigromancia y los demonios, y significaron toda una revolución para el catolicismo, pues la creencia en brujas antes se consideraba como una herejía.

En una parte del “Summis desiderantes affectibus” se menciona:

“… en los últimos tiempos llegó a Nuestros oídos, no sin afligirnos con la más amarga pena, la noticia de que en algunas partes de Alemania septentrional, así como en las provincias, municipios, territorios, distritos y diócesis de Magancia, Colonia, Tréveris, Salzburgo y Bremen, muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas de su salvación y apartadas de la Fe Católica, se abandonaron a demonios, íncubos y súcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas, han matado niños que estaban aún en el útero materno, lo cual también hicieron con las crías de los ganados”.

En esta bula el Papa expone su preocupación porque algunos clérigos no estaban convencidos de que la brujería fuera un delito y por ello no colaboraban en la lucha contra el mal. Por ello promulga que ahora todos tendrían que colaborar en las investigaciones y tareas de la Inquisición, pues de no hacerlo se expondrían a que “la ira de Dios” cayera sobre ellos.

Como consecuencia de este documento, las brujas fueron perseguidas gasta el siglo XVIII.



¿El Papa que bebió sangre de niños?

Ya mencionamos que la salud de Inocencio VIII fue vulnerable durante gran parte de su vida, situación que se agravó durante su papado. La mayoría de su biógrafos mencionan padecimientos como anemia, hidropesía por insuficiencia renal crónica y gota agravada.

Al ver que su vida se extinguía, con desesperación buscó remedios experimentales para preservar su salud. Uno de ellos fue beber leche materna directamente del pecho de una nodriza personal.

De acuerdo al cronista Stefano Infessura, a inicios de 1492 la salud del Papa empeoró aún más. Aunque fue sometido a todas las terapias conocidas en la época su salud continuó empeorando. Eso lo orilló a optar por un método innovador que le propuso un misterioso “médico judío” (aunque también se le describió como “un místico”) que de repente llegó a Roma, consistía en cambiar su sangre vieja por la de jóvenes llenos de salud y vigor.

En esa época, las “sangrías” eran tratamientos médicos relacionados a la extracción de sangre para tratar dolencias. Aun cuando suponían fuertes riesgos y su efecto curativo era casi nulo, fueron muy comunes hasta mediados del siglo XIX.

Aun así el Papa siguió adelante, buscó a tres niños de diez años y a la familia de cada uno le pagaron un ducado de oro a cambio de que les permitieran sacarles un poco de sangre, misma que sería bebida por Inocencio VIII en un procedimiento vampiresco que parecía recrear los rituales de brujería que el pontífice persiguió con tanta obsesión.

El resultado fue un desastre: los tres niños murieron por choque hemorrágico pues los cortes para extraer su sangre se realizó imprudentemente en zonas vitales para el cuerpo; el Papa también falleció en durante el proceso.

En cuanto al misterioso sujeto que le propuso beber sangre a Inocencio VIII, este desapareció sin que nunca más se supiera más de él.

Hay quienes consideran este hecho como la primera transfusión de sangre en la historia, aunque pocos documentos serios de la época hace mención de este incidente. No obstante, en el texto llamado “Diarius urbe Romae”, que Stephani Infessurae escribió en 1492, se menciona:

“Mientras tanto, la ciudad no dejó de sufrir padecimientos y muertes; primero, de tres niños de diez años de edad, por venas cortadas por cierto médico judío para restaurar la salud del papa, según prometió, muriendo en el acto. El judío había dicho que iba a curar al pontífice, si obtenía cierta cantidad de sangre humana y joven; la extrajo de los tres muchachos a cuyas familias se había pagado un ducado para autorizar la donación; y poco más tarde el papa moriría. El judío escapó, y el papa no sanó”.

El único que no deseaba que se muriese todavía era el cardenal Rodrigo Borgia. Fue el más listo de todos. El más astuto. Antes quería saber cómo había quedado el testamento del Papa. Temía que dejase en herencia deudas nada más. Y al ver que Inocencio agonizaba, contrató a una humilde nodriza, pero sana como una manzana, para que le diese el pecho al Papa y así poder aguantar unos cuantos días más. ¡Ah! La escena es de una hermosa monstruosidad. El decrépito Inocencio, moribundo en la cama, succionando patéticamente los pezones de la plebeya romana.

El Papa combatía su enfermedad amamantándose con leche de nodrizas, y también con espeluznantes transfusiones de sangre de niños. No le sirvió de nada. Falleció pocos días después. Murió mamando. Y diciéndole a la abnegada servidora láctea: «Habrá un sitio para ti a mi lado... ¡En el cielo!». Hombre, en el cielo puede que esté la nodriza, sí. Pero este Papa, con la vida que llevó, cabe dudarlo.



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Muchos hechos relacionados con la vida de Inocencio VIII permanecen cubiertos por una densa bruma que impide separar con claridad los acontecimientos verídicos de los mitos. De cualquier forma, aproximarse a la vida de un personaje así resulta interesante y contribuye a seguir alimentando su leyenda.

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