"La cena secreta” del catarismo. LLega Anatomía Oculta



Muchos conocen ya la trágica historia del catarismo. No así sucede con las rigurosas creencias que tenían. "Anatomía Oculta" nos desvela que para ellos Jesús era un ángel encarnado o que el universo se sustentaba por dos dioses. Sergio Basi.




El catarismo fue una doctrina religiosa que nació en Occitania hacia el siglo X, aunque no fue hasta el siglo XII cuando arraigó de forma contundente. Demasiado, incluso. La fuerte divulgación de su doctrina se convirtió en una alternativa directa a la de la Iglesia Cristiana, así que ésta no dudó en organizar pronto una Cruzada que acabaría con todo aquel sospechoso de incurrir en estas creencias quemado en una gran hoguera o brutalmente asesinado.

La historia muchas veces la conocemos, no tanto es así, con las creencias que los albigenses —otro nombre por el que se los conocía—, las cuales suelen plantearse con mayor incógnita y que Andrea Pellegrino resuelve en un capítulo de su obra Anatomía Oculta (Obelisco). ¿Cuáles eran las creencias del pueblo cátaro y por qué amenazaban lo establecido?

Pellegrino nos cuenta que la creencia cátara se basaba en un fuerte maniqueísmo. Para estas gentes el universo tenía un doble fundamento cuyas polaridades eran igual de poderosas, es decir, dos deidades. Por un lado, está Dios; por el otro lado, está Satanás.

Esta cosmología tan particular se plantea en un libro apócrifo llamado La cena secreta, donde se explica que originalmente el universo está poblado de entidades espirituales y eternas fruto del amor de Dios; que se contrasta fuertemente con Satanás, tentador y malvado, y que cae derrotado por el dios bueno.

Sin embargo, la misericordia divina que no conoce odio, permite a Satanás la creación del mundo terrenal con todo ser que en él habita, provocando incluso la encarnación de las entidades espirituales en carne. Dada la naturaleza espiritual de los ángeles encarnados, todos se negaron a procrear, salvo el ángel con forma de mujer que Satanás logró tentar empujándola al acto sexual, y luego al hombre, tentado por la lujuria de la mujer:

“Esparció en ella la concupiscencia de los pecados y desahogó su concupiscencia con Eva mediante la cola de la serpiente. Entonces el diablo esparció en el ángel que estaba en Adán el propio veneno de la concupiscencia”.




Ante esto nos encontramos que el mundo para los cátaros era un lugar diabólico e indigno, asociaban a Satanás todo lo material, imperfecto y perecedero. Para ayudar a los hombres, el dios bueno envió un ángel a la Tierra, un guía que mostraría los caminos para salvarse. Este ángel para descender a este plano diabólico se encarnó en la figura de Jesús.

Así, Pellegrino, que en su Anatomía Oculta explora el cuerpo y su relación con lo espiritual en diferentes concepciones, creencias, doctrinas y épocas, nos cuenta que para los cátaros, debido a una clara influencia oriental, la reencarnación del alma en el cuerpo era posible si no se había llevado una vida catártica, esto es, ascética y de renuncia.

Evidentemente, si creían que el mundo terrenal era diabólico, volver a encarnar en él una y otra vez sólo lo podían considerar un gran mal. Por eso para ellos, nos cuenta el autor de la obra, era necesario practicar la renuncia a todo lo relacionado a la materia y al cuerpo: debilitar al organismo renunciando a cualquier gusto matérico suponía para ellos dar alimento al alma. El cuerpo era una prisión y para ellos procrear era algo parecido a dividir el espíritu que habían recibido de Dios, en “una especie de osmosis espiritual” el alma se debilita con la descendencia.

Es curioso que, a pesar del rigor que exigían estas creencias, los cátaros lograr a tener una expansión tan grande de su fe. Precisamente fueron sus creencias las que los condenaron a muerte, aunque según ellas, si habían sido buenos hombres (ascetas), ya no tendrían que volver por este mundo diabólico e imperfecto, sino que hallarían el amor de Dios en su estado eterno, verdadero y espiritual.

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