Personajes de ficción... o inspirados en personas reales? Un Irlandés llamado El Zorro.



El Zorro es un personaje creado en 1919 por Johnston McCulley. Es considerado uno de los primeros héroes de ficción de la cultura moderna. El personaje ha aparecido en numerosos libros, películas, series de televisión y otros medios de comunicación.

El personaje ha sufrido cambios a través de los años, pero la imagen típica que se tiene de él, es la de un apuesto forajido enmascarado y encapotado, todo vestido de negro que defiende a la gente de funcionarios tiránicos y otros villanos. El Zorro es lo bastante astuto como para no dejarse atrapar por las torpes autoridades, a las cuales se complace en humillar públicamente.

El Zorro es la identidad secreta de Don Diego de la Vega, nombre de un aristócrata californiano que vivió realmente en Los Ángeles durante la era mexicana (1821-1846),​ aunque algunas adaptaciones de las películas de la historia del Zorro lo han colocado durante la época virreinal.

Diego de la Vega parece que fue un personaje real,​ pero Johnston McCulley pudo haberse inspirado en algunos bandidos reales de California. Algunos de estos fueron la leyenda Mexicana Joaquín Murieta (cuya vida fue novelada en un libro de John Rollin Ridge y en la película La máscara del Zorro), Salomón Pico y Tiburcio Vázquez y la novela La pimpinela escarlata de 1905. Otras posibles inspiraciones serían Robin Hood, el indio yokut Estanislao (quien dirigió una revuelta contra la misión San José en 1827). Una tercera inspiración es la de Guillén de Lampart (un soldado irlandés que vivió en México en el siglo XVII) Su vida inspiró la novela Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México (1872) de Vicente Riva Palacio.

En 1919, fue lanzado el cine serial The Masked Rider. Este personaje fue el primer jinete mexicano enmascarado vestido de negro en un caballo negro que aparezca en la pantalla grande.

Sin embargo, pelirrojo, irlandés, hijo de buena familia, mujeriego y aventurero, William Lamport, nacido en 1615, fue el auténtico Zorro. Su fascinante vida, relatada y recreada durante tres siglos por escritores y artistas, es el origen del héroe latino, justiciero y romántico que triunfa en la pantalla.



William Lamport nació en Wexford, un neblinoso puerto irlandés situado al sur de la isla, en el año 1615 según la versión histórica más aceptada, porque su hermano, por razones que nunca han quedado del todo claras, sostenía que 1611 era el verdadero año de nacimiento del intrépido William. Era hijo de Richard y Anastasia, y nieto de Patrick, un famoso viejo inglés, católico y acaudalado, que había invertido parte de su fortuna en comprarse un castillo con vistas a la bahía de Rosslare, al sur de Wexford. El viejo Patrick era un fanático de la escaramuza y se alistaba en cualquier manifestación donde hubiera que batirse cuerpo a cuerpo; en su biografía consta, por ejemplo, su participación en la batalla de Kinsale, aquel episodio histórico donde el Ejército irlandés se batió contra 3.300 soldados españoles que desembarcaron en la isla bajo las órdenes de don Juan del Águila.

Desde niño, William Lamport se sintió contagiado por el espíritu justiciero de su abuelo, oía durante horas un monólogo donde el viejo Patrick, mientras paseaba por sus jardines y decapitaba de cuando en cuando una rosa con la punta de su bastón, desmontaba sus ideas sobre la justicia o contaba detalles de sus escaramuzas, como aquéllos (por cierto, nunca comprobados) de que don Juan del Águila cargaba en la grupa de su caballo con una jaula donde iba un ave como la de su apellido, o la de que los soldados españoles, antes del combate, sacaban brillo con dientes de ajo a sus espadas. El viejo Patrick ignoraba, o quizá no y lo hacía a mansalva, que aquellas historias que contaba mientras iba descabezando las rosas que con tanto esmero cuidaba su mujer, más las metamorfosis que experimentaría su nieto en dos libros del futuro, terminarían transformando a William en un superhéroe latino cuyo nombre de guerra sería El Zorro.

Pero vayamos por orden; William Lamport, para equilibrar la educación rijosa que le impartía su abuelo, estudió con los agustinos y los franciscanos en Wexford, y después, como todos los hijos de la burguesía irlandesa de entonces, viajó a Dublín para inscribirse en el colegio de los jesuitas. En 1628, su padre, Richard, alarmado porque los días de su hijo en la capital oscilaban entre la indolencia y el diseño mental, y ocioso, de proyectos inviables y enloquecidos, lo matriculó en una escuela en Londres con la idea de que un cambio de aires, y de nieblas, le hiciera, a sus trece años cumplidos, sentar cabeza.

Pero en cuanto William cruzó el mar de Irlanda, o más bien cuando iba cruzándolo, se interesó por la historia que contaba un marinero de sable y pañoleta en la cabeza, una historia verídica sobre las injusticias que sufría la gente común bajo el gobierno de Oliver Cromwell. Al oír aquello, William, que no perdía detalle ni del relato ni de las montañas de Snowdonia que se veían en el horizonte, sintió cómo se le disparaban la conciencia social y el gusto por la escaramuza que le había implantado su abuelo en sus paseos por los jardines de Rosslare, y nada más tocar tierra inglesa en el puerto de Portsmouth, aceptó la invitación que le hizo el marinero para que se enrolara en la tripulación de otro barco donde todos llevaban también sable y pañoleta, y parche en el ojo los más clásicos. Así que durante varios meses, William Lamport participó en toda clase de asaltos y abordajes y, copiando las maneras de aquella tribu de piratas, se fue convirtiendo en un maestro del sable y en un espadachín experto, hasta que una tarde, conmovido por lo que él conocía como Tower of Bregon, que era la Torre de Hércules, pensó que ya había tenido suficiente de esa aventura canalla y regaló pañoleta y sable, y bajó por la escala del barco al puerto de A Coruña.

Ahí dejó temporalmente la vida que le habían contado en los jardines de Rosslare y retomó la que deseaba para él su padre, inscribiéndose en el colegio de San Patricio, que además de ser el nombre del santo patrón de Irlanda, era el de su abuelo, y ya metido en el tema de los nombres decidió modificar el suyo, reorientarlo hacia uno que tuviera más que ver con el paisaje gallego, y así fue como después de algunas vueltas William Lamport se transformó en Guillén Lombardo, y a partir de la españolización de su nombre, que fue también en rigor la del hombre, fue combinando sus estudios en San Patricio con la espada y la escaramuza en diversos campos de batalla: primero se enroló en uno de los regimientos irlandeses que peleaban bajo las órdenes de la corona, y más tarde, ya con el colegio abandonado, ingresó como capitán en la Armada española y al poco protagonizó batallas heroicas en Nördlingen, en 1634, y en Fuenterrabía, en 1638. Para ese año, Guillén ya había escalado niveles en el organigrama monárquico y se había convertido en consejero y espadachín del duque de Olivares, el ministro principal de Felipe IV. Todos los logros militares de William o Guillén están escrupulosamente registrados en los anales de The Honourable Society of the Irish Brigade, una sociedad dedicada al estudio de los regimientos o soldados irlandeses que han prestado servicios fuera de su país.

Las características físicas de Guillén Lombardo, que no son asunto menor si pensamos que casi trescientos años después iba a metamorfosearse en El Zorro, han llegado hasta nuestros días en un retrato que le hizo el pintor Rubens que pertenece a la colección del Timken Museum of Art de San Diego, California; ahí aparece Guillén Lombardo bajo el título de Retrato de un joven capitán, y lo que vemos en ese lienzo es un irlandés de pelo rizado y rojo, con facciones y cutis de niño, ojos claros y, al parecer, bajo de estatura, es decir, la antítesis del héroe latino, moreno y viril en que, luego de meterle mucha mano, iba a convertirse.

En 1643, el duque de Olivares cayó en desgracia y Guillén Lombardo fue enviado a México con la misión de averiguar si el ex virrey apoyaba secretamente una rebelión en Portugal. Guillén, además de su fama de consejero lúcido y espadachín invencible, había cosechado un sólido prestigio de mujeriego y, de manera paralela, se había casado con Ana Cano y con ella había tenido a Levia Lombardo. Sus mujeres, las suyas y las que le habían dado tanto prestigio, se quedaron en España mientras él, una vez cruzado el mar, daba vuelo a sus venas de espadachín y conquistador pasando sin recato alguno, y sin mucha precaución, por las habitaciones de buena parte de las mujeres de la alta sociedad del México colonial, entre ellas la de Antonia Turcios, una rica y codiciada heredera, y la de la mujer del marqués de Cadereyta, el ex virrey cornudo que por esa causa terminaría complicándole a Guillén la vida.

Unos meses después de su bulliciosa llegada a México, Lombardo fue arrestado, fugazmente juzgado y de inmediato encarcelado por las fuerzas de la Inquisición; se le acusaba de brujería; de conspirar, junto con una banda de indios y esclavos negros, contra el Gobierno, y de haber orillado a la ex virreina al adulterio. Esa primera estancia en la cárcel duró siete años y le sirvió para proyectar, aupado por su banda de indios y negros, un movimiento independentista, y también para aprender astrología y perfeccionar su brujería. Una joya, aquel irlandés de Wexford.

El 26 de diciembre de 1650, valiéndose de la baraja, la pócima y la espada, escapó de prisión y durante los siguientes días, antes de que la Santa Inquisición volviera a aprehenderlo, organizó a las fuerzas autóctonas para hacer la guerra de independencia; Guillén, igual que su abuelo Patrick en Irlanda, no toleraba que un imperio pisoteara de esa forma a un pueblo.

Durante sus siguientes nueve años de encierro escribió varios libelos contra la Inquisición y cerca de mil salmos en latín que a día de hoy aún siguen inéditos. El 19 de noviembre de 1659, Guillén Lombardo, que había sido William Lamport, fue condenado a muerte en la hoguera. Amarrado de pies y manos al palo y con las lenguas de fuego alcanzándole los pies, se las arregló para estrangularse antes de que tuviera lugar la indignidad de morir quemado. La fama de Lombardo se expandió por todo el mundo colonial y sirvió de inspiración para varias revueltas, algunas íntimas y patrióticas, como aquélla de fray Diego de la Cruz, un franciscano irlandés que oficiaba misas en Managua, que fue llevado a la cárcel en el momento en que elevaba desde el púlpito una oración por el alma de Guillén.

Casi doscientos años más tarde, en 1872, el escritor mexicano Vicente Riva Palacio, inspirado por el estilo mosquetero de Dumas y rigurosamente documentado en las actas del archivo del Santo Oficio, escribió una novela basada en la vida de Guillén Lombardo que tituló Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey de México. Riva Palacio, que era un entendido de las cifras cabalísticas, hace que su personaje, un Guillén Lombardo con el flanco esotérico reforzado, se defienda de los embates de la Inquisición fundamentando sus contraataques en el "principio de la vida", en "la chispa divina" o "resplandor" que representa la palabra hebrea ziza, cuyo símbolo es la letra Z. "El amor a la ciencia nos reunió", dice Lombardo, Lampart en la novela de Riva Palacio, "pero la ciencia es la luz, y la luz es libertad".

Años después, en 1919, Johnston McCulley, un periodista neoyorquino (de origen, por cierto, irlandés), escribió The curse of Capistrano, una pulp novel basada en la historia de Riva Palacio, y tuvo a bien aderezarla, o aligerarla, con dos novedades: el "Guillén de Lampart" que venía de "William Lamport" pasó a ser, vayan ustedes a saber cómo, "Diego de la Vega", y la Z de ziza se convirtió en la inicial de su nombre de guerra: Zorro.

Un año más tarde, Douglas Fairbanks escribió un guión basado en el libro de McCulley, donde Guillén se parecía más a Robin Hood que a William Lampart; después de acabarlo, el propio Fairbanks levantó la producción de la película y se asignó a sí mismo el papel protagónico de The mark of Zorro, la primera pieza de una secuela interminable que sigue reciclándose en la pantalla.

De esta manera, William Lamport, aquel héroe irlandés que nació en el puerto de Wexford en el año 1615 fue objeto de la más paradójica de las celebridades: la de ser mundialmente famoso con otra patria, otro nombre, otra cara y otra historia.

A pesar de que los historiadores no consideran que las acciones de Lampart sean un antecedente directo de la Independencia de México, existe una estatua del irlandés dentro del mausoleo del Monumento a la Independencia en la Ciudad de México. La estatua que representa a Lampart atado al cadalso de forma que parece custodiar los restos mortales de los insurgentes ha sido siempre motivo de controversia.2​

El escritor e historiador Vicente Riva Palacio publicó la obra Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart (1872) al estilo de las novelas pseudohistóricas de aventuras de Alejandro Dumas. En 1919, el periodista neoyorquino Johnston McCulley escribió La maldición de Capistrano, inspirándose en la novela de Riva Palacio, pero el personaje central adoptó el nombre de un hacendado mexicano que en la realidad vivió en el siglo XIX: Diego de la Vega, el cual se transformó en "el Zorro".​ En 1908, Luis González Obregón escribió el libro Don Guillén de Lampart: La Inquisición y la independencia en el siglo XVII.




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