Causalidad y misa de San Secario.



Habla Frazer en “La rama dorada” de una curiosa ceremonia que podían usar los campesinos gascones para acabar con la vida de sus rivales: « creen que para vengarse las malas personas de sus enemigos inducirán en ocasiones a un sacerdote a decir una misa llamada de San Secario. Son muy pocos los sacerdotes que conocen esta misa y las tres cuartas partes de los que la saben no la dirán ni por amor ni por dinero. Nadie, sino un sacerdote perverso, se atreverá a ejecutar la ceremonia horrenda y puede estarse muy seguro que tendrá que rendir una cuenta muy pesada en el día del juicio. Ningún cura ni obispo, ni siquiera el arzobispo de Auch puede perdonarle: este derecho sólo pertenece al papa de Roma. La misa de San Secario sólo puede decirse en una iglesia en ruinas o abandonada, donde los búhos dormitan y ululan, donde los murciélagos se mueven y revolotean en el crepúsculo, donde los gitanos acampan por la noche y donde los sapos se agazapan bajo el altar profanado. Allí llega por la noche el mal sacerdote con su barragana y a la primera campanada de las once comienza a farfullar la misa al revés, desde el final hasta el principio y termina exactamente cuando los relojes están tocando la medianoche. Su concubina hace de monaguillo. La hostia que bendice es negra y tiene tres puntas; no consagra vino y en su lugar bebe el agua de un pozo en el que se haya ahogado un recién nacido sin cristianar. Hace el signo de la cruz pero sobre la tierra y con el pie izquierdo. Y hace otras muchas cosas que ningún buen cristiano podría mirar sin quedar ciego, sordo y mudo para el resto de su vida. Mas el hombre por quien se dice la misa se va debilitando poco a poco y nadie puede saber por qué le sucede esto; los mismos doctores no pueden hacer nada por él ni comprenderlo. No saben que se está muriendo lentamente por la misa de San Secario.»
En nuestra época si alguien se muere lentamente y los doctores no pueden hacer nada por su vida, las explicaciones que se dan son mucho más profanas, centrándose en “celulas mutantes”, en “progamación genética”, en “las condiciones de vida” o en diversos agentes tóxicos y patógenos. Buscar causas y expliaciones a un proceso natural como la muerte ha sido y es práctica habitual; la validez de tales conjeturas, sea la misa de San secario o el fallo celular es la misma. Son “aporías” en el sentido que tanto vale una como su contraria. Otra tan cierta como las anteriores podría ser que “se murió porque estaba vivo”; o”se cayó porque estaba de pie”; o “se despertó porque estaba dormido”. La causalidad en los asuntos humanos es una quimera que llega solamente a correlación y/o contingencia.

Misas de castigo y curas hechiceros en la Nueva España
Desde la Alta Edad Media, en Europa y en España, muchos integrantes del clero católico fueron acusados (según fuentes de época) de faltas como la ignorancia, la apatía para cumplir sus obligaciones, la prepotencia, la avaricia, la crueldad, la simonía y la incontinencia sexual, aprovechando los privilegios de sus posiciones y estado.

Sin embargo dentro de esta larga lista de faltas, destaca la denominada hechicería eclesiástica, que el historiador inglés P. D. King, identificó al estudiar los canones de los Concilios tardíos de Toledo así como de los edictos y leyes visigodas de los siglos VII y VIII.

El término de Hechicería eclesiástica lo propuso King en 1972, para designar un conjunto de practicas realizadas por miembros del clero, que tenían como objeto, el obligar a Dios a castigar mediante mala suerte, enfermedades o la misma muerte, a los enemigos personales del sacerdote conjurador o de sus clientes.

De lo que se desprende del análisis de estas legislaciones canónicas y legales, estas prácticas consistían en suspender la misa cotidiana, realizarla en forma secreta o en medio de la noche; durante el ceremonial, los sacerdotes oficiantes cambiaban de sitio los vasos del altar, vestían ornamentos fúnebres, lanzaban imprecaciones contra las personas designadas y celebraban misas de réquiem o de difuntos, por personas que aun estaban vivas (Ver “Derecho y sociedad en el reino visigodo” de P. D. King, 1981: 171, 172, notas 154, 175)

Este “magismo cristiano”, de acuerdo al análisis pionero que hizo James G. Frazer (La Rama Dorada) conjugó la fe popular en el poder carismático del sacerdote y las creencias comunes de hechicería y malephicium, que se expresaban no solo en las misas de castigo visigodas, sino también en las denominadas de Saint-Sécaire (Misas de San Secario) que se celebraban en la Gascuña, Francia, rito especial oficiado por malos sacerdotes, donde feligreses perversos las mandaban decir a fin de que sus enemigos murieran lentamente, secándose y perdiendo vitalidad día con día.

Según los campesinos gascones, la misa era realizada en una iglesia abandonada, donde el sacerdote y su amante (que participaba como monaguillo) comenzaban la ceremonia a las once de la noche. El ritual de la Misa, se recitaba al revés, comenzando desde el final al principio, terminando el ceremonial a las doce de a noche en punto. La hostia que se bendecía no era redonda ni blanca, sino triangular y negra. No se consagraba vino en el cáliz, sino agua de un pozo en el que se hubiera ahogado un recién nacido sin bautizar. Se hacia el signo de la Cruz para bendecir, pero sobre la tierra y con el pie izquierdo.

Aparentemente este tipo de ceremonias practicadas en la Alta Edad Media por clérigos y sacerdotes inescrupulosos fueron el núcleo sobre el que se construyo el paradigma en la Baja Edad Media, del ritual herético o brujeril de la Misa Negra, asociada según el dogma oficial católico a todos los movimientos cristianos heterodoxos o a los grupos catalogados como de brujas o hechiceras, que intentaban parodiar el culto cristiano, sustituyéndolo así por un culto diabólico, realizado en virtud de la existencia de un pacto celebrado entre los oficiantes y el mismo Satanás.

En la Nueva España, muchas de estas creencias fueron trasplantadas por los colonizadores y sacerdotes migrantes y arraigaron en la mentalidad de la población, como fue el caso en 1602 donde en una denuncia inquisitorial hecha por Diego de Trejo contra Juan Martínez de Alzaibar, este dijo que "iba a mandar decir una misa al diablo para que se llevase a su criado Lorenzo" o en los casos del siglo XVIII donde presos pedían el auxilio del Demonio, encendiéndoles velas negras o velas puestas al revés.

Incluso en las Islas Filipinas, administradas y colonizadas desde la Nueva España, encontramos para el s. XVIII, la idea de la misa para castigar, como lo muestra la autodenuncia de 1726 que contra si hizo fray Juan de Urquiola, prior y ministro del convento agustino de Xaro en Manila, Filipinas, donde se acuso de haberse valido de juramentos execratorios en la dicha iglesia de Xaro, alegando que hizo esta ceremonia por el gran temor que los indios filipinos tenían a dichos juramentos y ceremonias.

Urquiola menciona que en la iglesia de Xaro, puso en una mesilla que funcionó como altar, tres candelas o velas y tres escudillas con agua y un misal, como si fuera a decir misa y que vestido con sobrepelliz y estola, apago las velas en las escudillas, e hizo el juramento execratorio de rayo o caimán y de ceguera, vociferando que permitiera Dios, les cayesen todos estos males a los indios que no cumpliesen con las obligaciones que les imponían sus amos, los españoles.

Entre los habitantes de varios pueblos de la Nueva España, se manejaba la idea de que varios sacerdotes católicos, en actitud contraria al credo oficial imperante, se dedicaban a tratar de aniquilar a la población indígena, realizando misas secretas en la oscuridad de sus parroquias, donde mediante rituales alterados y anatemas contra los indígenas, pedían el exterminio de estos, ordenando al Demonio que enviase las terribles epidemias de cocoliztle y matlatzahual, como las del siglo XVIII.

Aparentemente entre 1727 y 1733 esta situación entró en el imaginario popular de la población de San Pablo del Monte Quautotoatlán, Tlaxcala, en la jurisdicción del Obispado de Puebla, ya que durante las investigaciones por un caso de adoración idolátrica denunciada ante la Inquisición, los cantores indígenas del pueblo anteriormente citado, afirmaron que habían hallado al cura del pueblo, el bachiller José Paéz, en el templo parroquial durante la noche, diciendo misa de difuntos con velas negras y un ataúd, para que los indios de la parroquia muriesen.

Añadieron que durante ese siniestro oficio, el sacerdote azotaba el ataúd y que todo el ritual se hacia para que los indios no solo muriesen, ya que al morir, se convertirían en bueyes y el cura se apoderaría de ellos para así poderlos vender al Obligado de la jurisdicción (que era un comerciante español que había comprado el privilegio de abastecer de carne fresca al mercado local)

Sería muy fácil reducir este asunto a una simple algarada de indios ignorantes en su fe, pero es de notar que entre los años de 1713 a 1739, diversos clérigos y frailes del Obispado de Puebla-Tlaxcala, se autodenunciaron y fueron procesados por el Santo Oficio por haber entrado en tratos con el Demonio y haber vendido su alma mediante un pacto o cedula escrita a él, a cambio de favores.

Tales casos fueron los de fr. Juan de Malpartida, por haber invocado al demonio (1713), de fr. Bernardino Gil de la Sierpe, por haber escrito al demonio en demanda de ayuda en una congoja que tenia (1714), de fr. Miguel Juan de San Jerónimo, religioso betlemita, por haber hecho una cedula invocando al demonio en la Puebla de los Ángeles (1716), del donado Francisco de San José, por haber querido hacer pacto explicito con el demonio (1719), de fr. Gregorio de Jesús María de la Puebla de los Ángeles, por haber dado remedios para abortar y haber invocado dos veces al demonio (1731), y el caso de fr. Esteban de Morales, religioso lego profeso del orden de San Juan de Dios, en Atlixco, por haber invocado y deseado tener pacto por el demonio (1739).

Y aun más, según el excelente estudio del historiador José Pascual Buxó, en 1798 durante el proceso donde fue apresada sor Micaela de San José, del convento de la Trinidad en Puebla, por simular santidad y ser culpable de innumerables prácticas sexuales encubiertas, se encontró que en torno a ella, se reunía un buen numero de clérigos seculares y regulares que explotaban los apetitos, la credulidad y las supersticiones de la población en torno al Demonio, la Hechicería y la Brujería.

Buxó abunda incluso en la posibilidad de que en la región de la Puebla del s. XVIII, muchas de esas juntas o “iglesias” hechiceriles y diabólicas celebradas en el denominado “Siglo Mágico”, se realizaban en una extraña casona localizada en San Luis Tehuiloyocan, poblado localizado a 5 kms. de San Pedro Cholula, Puebla, en la vecindad de San Pablo del Monte Quautotoatlán. Dicho edificio es actualmente la sede de la Casa de la Cultura del municipio de San Luis Tehuiloyocan.
(Ver http://www.lugaresdemexico.com/tehuiloyocan.html)

Aparentemente el edificio fue construido por el cura doctrinero del lugar, el que atendía los oficios en las iglesias de San Luis Tehuiloyocan; dicha casona se terminó de ornamentar en 1760, y presenta en la opinión del arquitecto José Antonio Terán y del historiador José Pascual Buxó, elementos como textos invertidos en latín del Magnificat, representaciones o contrafacturas burlescas de retablos y altares de los templos católicos que tienen simios de aparente carácter diabólico, como por ejemplo un mono que ocupa el lugar central del retablo, que posee cabeza humana, cubierta de gorra sacerdotal terminada en cruz; dicho simio tiene brazos largos y afilados, larga cola enroscada y fuertes patas de gallo y esta asociado a lo que parece una pila bautismal.

Todo este programa iconográfico interno y externo, a juicio de José Antonio Terán y José Pascual Buxó, representaría una gran escenografía cuyos atributos aluden a la realización frecuente de misas diabólicas, donde el edificio sería posiblemente, el centro de todo un culto secreto y clandestino practicado por toda una comunidad de clérigos y seguidores criollos y mestizos acomodados de Puebla, Cholula y Tlaxcala, adeptos a innumerables practicas hechiceriles y brujeriles cuyo mejor exponente serían las misas secretas o de castigo.

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