El «cisma del Socorro»: una rara maniobra masónica de 1810 para apoyar las independencias americanas
¿Masones (aparentemente) en defensa de la Fe católica? ¿Masones (aparentemente) preocupados por “[el] peligro que corre nuestra santa y adorable religión”? En la historia de la independencia de las Españas americanas hubo un lugar para esta paradoja. Se trata del llamado “cisma de El Socorro”, un auténtico escándalo en esa ciudad del virreinato de Nueva Granada (hoy Colombia).
Un revolucionario con aspiraciones episcopales
Se desató el 10 de diciembre de 1810 con la erección (por unanimidad de la Junta Suprema del Socorro) de una diócesis y la elevación al episcopado, por aplastante mayoría de votos sobre otros candidatos, de un canónigo revolucionario: Andrés Rosillo y Meruelo (1758-1835). Todo al margen de la Santa Sede, y con el argumento puramente político -y que sostuvo ideológicamente la ruptura con la Corona- de que la cautividad del Rey y su desapego respecto a sus territorios ultramarinos “devolvía” la soberanía al pueblo de los virreinatos.
Este episodio, relativamente poco conocido o, cuando se menciona, explicado en consonancia con la doctrina oficialista de las independencias, es abordado en una nueva perspectiva por Juan David Gómez, de la Universidad Sergio Arboleda de Santafé de Bogotá, en un artículo publicado en el número 3 de Fuego y Raya, la “revista semestral hispanoamericana de historia y política” que edita el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II. Bajo el título “La defensa de la fe como excusa, o el cisma como hecho poco conocido de la mal llamada independencia”, el autor destaca cómo “la imposibilidad de conciliar las ideas revolucionarias y la inspiración masónica de la independencia con la fe de los americanos hizo necesario que se adoptara la estrategia de invocar un supuesto peligro para la fe como justificación de la independencia, llegando al extremo de consumar un cisma”.
El cisma tuvo poco recorrido ante la decidida oposición de los dos gobernadores del arzobispado, los canónigos Juan Bautista Pey y José Domingo Duquesne. Rosillo se vio obligado a pedir disculpas y a arrepentirse públicamente, y gracias a eso logró, el 12 de febrero de 1812, su reingreso en el capítulo catedralicio. Eso no frenó su actividad pública como diputado revolucionario. Llegó a ser enviado a prisión en España, en la cárcel de la Inquisición de Valladolid, hasta que fue liberado por la revolución de Rafael de Riego en 1820. A su regreso a Nueva Granada mantuvo una estrecha vinculación con Simón Bolívar, y a su fallecimiento fue honrado como un prócer del territorio ya independizado.
Lo más relevante: la significación doctrinal
Sin embargo, el episodio del cisma del Socorro es ocultado o tergiversado en la historiografía oficial, explica Juan David Gómez. Y eso que tiene una importante significación doctrinal que le reprochó José Antonio de Torres y Peña, cura de la localidad de Tabio, en un opúsculo de 1811 contra unas ideas que tratan de “alucinar a los sencillos” y justificar la ruptura con la autoridad del Papa.
En efecto, más allá de la excusa oportunista, el argumento de los cismáticos era puro regalismo, esto es, sumisión al Estado del gobierno de la Iglesia: justificaban su derecho a crear una diócesis y nombrar un obispo en el derecho de patronato (nombramiento de obispos) del Rey de España, que se transferiría, junto con el resto de poderes reales, al pueblo una vez “recuperada” su soberanía por la inoperancia de la Corona ante la invasión napoleónica y sus ideas revolucionarias. Las cuales –sostenían- habían captado también al Deseado, al futuro Fernando VII. (De ahí el peligro que corría “nuestra santa y adorable religión” si los virreinatos no rompían con la España europea, según frase del masón Antonio Nariño en un manifiesto de 1813 que calca los argumentos del cisma.)
Ahora bien, como señala Torres y Peña al enfrentarse a los cismáticos, sostener que el derecho de Patronato “volvía” al pueblo implicaba considerarlo parte integrante de la soberanía temporal, en vez de lo que era: un privilegio personal concedido a Su Majestad Católica por el Papa. “Si se dice que los pueblos han reasumido sus derechos”, argumentaba con contundencia, “éstos sólo pueden ser aquellos que competen a una sociedad política y civil”, pero no los que son “una concesión graciosa, y un privilegio particular y personal”. Es decir, sibilinamente, se pasaba a considerar el nombramiento de los obispos como potestad esencial del soberano, como si se tratase de funcionarios civiles.
“La causa única, y verdadera, que ha precipitado a los honrados moradores del Socorro, no es otra cosa que la ambición del que quiere ser el primer pseudo-obispo que ha conocido el continente americano”, lanzaba el belicoso Torres y Peña contra Rosillo. Pero añadía además el riesgo de cambio de tornas que acabaría teniendo lugar con la implantación de los regímenes liberales: “Enredar a la Religión con la Política, y hacerla sierva y dependiente de ésta, como si todo no debiese antes servir a la Religión”.
Lo cual acabaría pasando con la generalización del regalismo liberal tras las independencias. La supuesta defensa de la Fe era en realidad una coartada para aherrojar a la Iglesia. La lógica de la logia.
Andrés Rosillo y Meruelo, el pseudo-obispo del cisma.
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