Sherlock Holmes y su mundo: La Leyenda del Detective.

Una vez descartado lo imposible,

lo que queda, por improbable que parezca,

debe ser la verdad.

–Sir Arthur Conan Doyle






El problema final al que se enfrentó no ya Sherlock Holmes, sino su creador, Sir Arthur Conan Doyle, fue el de encontrar una némesis a la altura de su detective consultor.

Curiosamente, Holmes, en sus primeros diez años de colaboración con el doctor John H. Watson, se había enfrentado a la venganza, al despecho o a la codicia en forma de criminales de poca monta.

Cierto es que en 1887 se las había visto con la única persona que, en el Escándalo en Bohemia, fue capaz de salirse con la suya y a la que, en esa época victoriana que ya queda lejos del prisma de la sociedad que hoy tenemos, se le apodó como La mujer.

¿Estaba ahí su némesis? No es tan descabellado pensar algo así. A fin de cuentas el hombre que dijo que hay instintos más profundos que la razón había sido vencido por una mujer que se dedicaba a practicar chantajes y se había aprovechado de la inocencia de ciertos hombres para lograr lo que deseaba. Irene Adler.

Irene Adler, la mujer, nacida Clara Stephens en 1858 en Nueva Jersey, había logrado dejar en Sherlock Holmes una gran huella, pero lamentablemente, no puede ser la némesis de nuestro detective consultor ubicado en el 221B de Baker Street.

Claro está que incluso aquellos que no han leído ningún relato realizado por Conan Doyle les es familiar el nombre de James Moriarty, supuesto profesor de matemáticas y ciencias que en el verano de 1872 dio clases particulares a un joven y convaleciente Sherlock Holmes.

Poco más sabemos de la vida de este Napoleón del crimen. No obstante, estamos ante un innovador modelo de criminal, pues, como bien apuntaba Fernando Savater, no es ni mucho un criminal corriente, sino un genio del delito que dirige en la sombra a una multitud de sicarios.

Ha nacido el antepasado de aquellos cerebros criminales que en tantas novelas, series de televisión o cómics se han encontrado. Un modo de entender el crimen casi como una ecuación o una sonata de violín.

Pero, ¿y si Moriarty no hubiera existido en realidad? Si uno lee El problema final, ve que, según John Watson nos relata, nadie salvo el propio Sherlock Holmes ve cara a cara a Moriarty. Previamente, Watson no ha oído el nombre de este siniestro profesor salvo una mención en el caso llamado El valle del terror. Cuando Sherlock le desvela a Watson lo peligroso que es Moriarty, junto a su intuitivo amigo, John Watson ha vivido ya más de treinta y un casos, entre ellos el del famoso Sabueso fantasmal, ha conocido al hermano mayor de Sherlock, Mycroft Holmes, y, si no me equivoco, se había casado ya dos veces. Sin embargo, él no ve cara a cara a James Moriarty, solo tiene los testimonios y la sucesiva nota de Sherlock Holmes justo antes de caer junto a su némesis en las Cataratas de Reichenbach.




Este último acto, el de la aparente muerte de Sherlock Holmes, provocó un aluvión de quejas y reclamaciones de los lectores a Arthur Conan Doyle, pero el final del problema se había ejecutado. Conan Doyle es libre y ya no debe ser esclavo de su criatura… durante un tiempo, claro está.

Hubo lectoras vestidas de luto y lectores con crespones negros en sus mangas y sombreros tras la publicación de El problema final. Diez años después, Holmes volvería de la tumba.

Ahora bien, volviendo a la premisa antes expuesta, sólo Sherlock Holmes se ve cara a cara con James Moriarty. Sólo él sabe que Moriarty, en palabras del detective consultor, es una araña en el centro de una gigantesca red del crimen. Pero, ¿de veras estamos ante un intelecto a la altura de Sherlock Holmes?

Cierto es que el siempre pasivo e indolente Mycroft Holmes, siete años mayor que Sherlock, tiene un poder de deducción muy superiores al de su hermano, pero sin embargo no se dedica al trabajo de detective porque es incapaz de hacer el esfuerzo físico necesario para llegar a la conclusión de los casos. ¿Es capaz él de crear una red del crimen? Recordemos que el propio Conan Doyle nos hace ver que Mycroft ostenta un cargo de gran importancia en el Ministerio de Asuntos Exteriores inglés, por tanto, tiene intelecto y una mente ágil, no así su cuerpo, con los que ser un digno rival para su hermano menor, pero carece de los motivos y del ímpetu para ser el supuesto Napoleón del crimen.

Lo que pocos saben es que hay un tercer hermano Holmes. Sherrinford, el hermano mayor del trío, del que solamente sabemos que posee un intelecto aún más superior que el de Mycroft, pero con un carácter débil, lo que nos hace automáticamente descartarle como posible James Moriarty.

Todo esto nos hace ver dos premisas: O bien existe alguien no consanguíneo de Sherlock Holmes que posea un intelecto a la altura de rivalizar con la del detective de Baker Street, o bien las dotes para la interpretación y el engaño que posee el menor de los Holmes han permitido que James Moriarty sea un ardil para lograr un cometido.

En el primer caso, tomaríamos por real todo lo que Holmes cuenta de Moriarty a su amigo y colega desde cómo se cruzaron los caminos el detective consultor y el Napoleón del crimen hasta su milagroso regreso al mundo de los vivos, el cual nunca abandonó según se nos cuenta magistralmente en el caso titulado La aventura de la casa vacía.

En el segundo caso, se podría conjeturar lo siguiente, y es que Sherlock Holmes utilizó el nombre de su antiguo profesor particular de la juventud para crear a un ser capaz de manejar todos los asuntos turbios y criminales de Londres, cosa que sería más fantasía que verdad, con el fin de, creándose una némesis a la altura, fingir su propia muerte en las cataratas de los Alpes, alejando a John Watson del lugar donde se dará su supuesta muerte gracias a un muchacho al que previamente pagó.

¿Con qué fin haría alguien tan racional algo como esto? Tal vez el problema final al que el propio Holmes no supo enfrentarse fue uno con nombre y apellido: Irene Adler.

Algunas personas, entre ellas W. S. Baring-Gould, autor de Sherlock Holmes de Baker Street, señalan que Holmes queda prendado de Irene y que tras su supuesta muerte en las Cataratas de Reichenbach, este se reencuentra con ella en Montenegro y París para entablar un relación sentimental que acabaría en 1892. Al poco, según se postula, nacería en Estados Unidos el hijo de Sherlock Holmes e Irene Adler.

¿Y si Holmes decide dejar aparcada su vida en Londres para probar lo único que en esos años no ha probado científicamente? ¿Y si decide que debe probar empíricamente lo que es el Amor? ¿Y si de verdad el hombre más metódico y racional que el doctor John Watson conoció nunca es capaz de amar, dejando así atrás las teorías que postulan que Sherlock Holmes es un hombre misógino?

Sea como fuere, si es cierto que James Moriarty manejaba en las sombras el crimen en el Londres de la era victoriana o si Holmes planeó su muerte, inventándose a una némesis que le pudiera dar credibilidad a su supuesto final, ninguna de ambas hipótesis desprestigia que pudiera haber un reencuentro entre Sherlock Holmes e Irene Adler, cosa que le da un factor más humano al hombre que resolvió el caso del Signo de los cuatro.

Luego, si la teoría aquí expuesta puede ser factible, se podría entonces afirmar que la gran némesis de Sherlock Holmes, el Napoleón del crimen, la araña en el centro de una gigantesca red del crimen, sería el propio Sherlock o, en su defecto, James Moriarty sería Irene Adler, quien supo vencer al detective consultor en un terreno en el que era un advenedizo.

Gonzalo Álvarez-Alija




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