El hombre que armó "la Chicago argentina"





CHICHO GRANDE
El hombre que armó "la Chicago argentina"

Apodado "Chicho Grande", este siciliano llegó a la Argentina, con 18 años, en 1910. Y se radicó en Gálvez, Santa Fe. Allí tuvo un vertiginoso ascenso: de empleado fabril pasó a ser dueño de una peluquería, de una cantina y de una carpintería. Compró casas y viñedos en Mendoza y San Juan y caballos de carrera.

Pero dicen que su rol de empresario era una cortina. Galiffi transformó a Rosario en la Chicago argentina. Montó un imperio mafioso asociándose a delincuentes eficaces y desalmados —sus "ahijados"— a quienes delegaba el trabajo sucio.


Rosario es un lugar especialísimo en esos años: ahí se asentó la mafia, la de Chicho Grande y la de Chicho Chico y la prostitución que tuvo su imperio en el barrio de Pichincha (hoy Gral. Richieri).

Hacia finales del siglo XIX, la instalación de las vías del ferrocarril y el intenso crecimiento de la actividad portuaria impulsaron la necesidad de crear una nueva zona de viviendas en la ciudad de Rosario, aledaña, respectivamente, a la Estación de Ferrocarriles y al puerto. Lo que hoy conocemos como barrio Pichincha comenzó sus días como un puñado de manzanas delimitadas por las Avenidas Rivadavia y Salta, de norte a sur, y la Avenida La Plata y Boulevard Timbúes (actualmente Ovidio Lagos y Avenida Francia), de este a oeste. Pichincha era el nombre de la calle principal, recibido en homenaje a una de las más importantes batallas de independencia de nuestro continente.
Pero fundamentalmente, y de ahí su cabal tinte arrabalero, esta franja de calles representaba el límite entre la parte más urbanizada de la ciudad y su contraparte en vías de desarrollo, que, gracias al acelerado crecimiento demográfico impulsado por las masas inmigratorias de principios de siglo, crecía a un ritmo vertiginoso y sin pausa. Es decir, Pichincha era la orilla, con todo lo que eso implica. Porque su epicentro lo constituía la Estación de Ferrocarriles Sunchales –en la actualidad Estación Rosario Norte- este barrio se transformó en el punto de convergencia de marineros, viajantes y demás personajes típicamente orilleros, que fueron los que originariamente poblaron sus calles. Y no sólo ellos... los ilustres Carlos Gardel y Jorge Luis Borges, entre otras celebridades de la época, también pasaron por allí. Inclusive se cuenta que el premio Nobel de física alemán Albert Einstein, en su viaje a la Argentina en el mes de abril de 1925, aprovechando una breve parada del tren que lo llevaba desde Córdoba hasta Buenos Aires, estiró sus piernas por los andenes de la Estación Sunchales.
El acelerado desarrollo demográfico que experimentaba la ciudad -con una notable mayoría masculina en la población- trajo como consecuencia un marcado incremento del comercio sexual. ¿Y qué lugar mejor que Pichincha para convertirse en el imperio de proxenetas y meretrices?
Resulta que el oficio más antiguo de la historia gozó durante este período de una administración notable en la ciudad de Rosario. Desde los primeros años del siglo XX hasta mediados de la década del treinta rigió un sistema denominado “prostitución reglamentaria”, válido exclusivamente para las “casas de tolerancia” (expresión elegante y políticamente correcta para referirse a los prostíbulos). Éste combinaba aspectos sanitarios, políticos y administrativos que debían cumplimentar dichos establecimientos.
Uno de los burdeles más famosos y lujosos de Pichincha era el de Madame Safó, ubicado sobre la calle principal, hoy Gral. Ricchieri. Allí se daba cita la burguesía rosarina, y se dice por lo bajo que era el punto de visita obligado de los caballeros importantes que pasaban por la ciudad. En la actualidad muchas historias apasionantes giran en torno a este lugar, que por aquel entonces, y no por casualidad, era conocido como “El Paraíso”.
Muchos íconos inmortalizaron las calles de Pichincha. Desde la inolvidable vedette conocida como Rita la salvaje, que cautivó durante más de tres décadas al público local con sus legendarios números de streaptease, hasta los mafiosos apodados Chicho Grande y Chicho Chico, que, balacera tras balacera, se disputaban el liderazgo de “la Chicago argentina”.
Don Juan Galiffi, alias Chicho Grande, fue el alma master de la mafia rosarina durante la década del treinta, título ganado con justicia si se tiene en cuenta que era acusado nada menos que de asesinato, estafa, de manejar las apuestas en las carreras de caballos y de vender protección. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, la policía no pudo probar ninguno de los cargos en su contra. No en vano lo apodaban el “Al Capone argentino”.
La aparición en escena de Francisco Morrone, italiano, también conocido como Chicho Chico, hizo tambalear el imperio mafioso de Galiffi. Y como en Rosario no había lugar para dos capo di cappi, en 1933 los “chicos” de Chicho Grande lo ahorcaron. Así de simple.

Sin pruebas en su contra, fue deportado a Italia en 1933. Allí se ganó la amistad de Benito Mussolini. Murió en el 43, en plena guerra, durante un bombardeo en Milán. No por las bombas. Lo sorprendió un paro cardíaco en su cama.






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