Baltasar: el Mago que escapó de la locura de Herodes.



El 23 de agosto, posible fecha del nacimiento de Jesús, Júpiter empezó a retroceder en los cielos, momento en que los Magos salieron de su tierra: «Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mateo 2; 2). Verán la estrella nuevamente después de su entrevista con Herodes, el 19 de diciembre, cuando Júpiter se detuvo otra vez: «La estrella se paró en el lugar donde estaba el niño» (Mateo 2; 9). Cuando los Magos llegaron a Belén, encontraron a un niño Jesús de cuatro o cinco meses. Contrariamente a la tradición popular, los reyes extranjeros no llegaron a Belén en el momento del nacimiento del niño, pues la Sagrada Familia ya no estaba en un establo, sino en una casa: «Y al entrar en la casa vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mateo 2; 11).

Los gobernantes de Jerusalén, en plena reconstrucción del segundo Templo, estarían buscando trabajadores especializados como José, pues su oficio, no lo olvidemos, era el de carpintero/constructor. Trabajo que estaba muy bien remunerado. Por eso, antes de la llegada de los Magos, Jesús ya se habría presentado en el Templo y circuncidado, como asegura Lucas, y María también se habría sometido a los ritos de purificación habituales. Después de su visita, los Magos fueron avisados en sueños por un ángel, quien les advirtió que no volvieran a Jerusalén. Convencidos de las perversas intenciones de Herodes, que también pretendía deshacerse de ellos en cuanto le informaran sobre el paradero del niño Mesías, regresaron a sus lugares de origen por otro camino. Cuando Herodes se percató de que los Magos habían huido, mandó asesinar a los inocentes –todos los niños de Belén menores de dos años– y perseguir a los Magos para darles muerte.



Según la tradición, los Reyes de Oriente murieron martirizados. Sus restos fueron adquiridos por santa Elena, madre del emperador Constantino, hacia el año 330 d. C., y descansan actualmente en un sepulcro de la catedral de Colonia (Alemania). Los cráneos que allí se custodian, según el análisis forense, son los de tres varones de distintas edades: 20, 35 y 55 años aproximadamente. En realidad serían dos de los Magos y un paje, lo que coincide con la representación de los mismos que vemos en los iconos de dicha iglesia; los tres vistiendo ropas propias de Persia. Sin embargo, no podemos encontrar, ni en el retablo ni en el osario, los restos de Baltasar. Y es en este punto donde debemos volver la mirada a la tradición etíope, según la cual, el rey Bazen salvó la vida y regresó a su tierra tomando el camino del sur, contrariamente al resto de la comitiva.

La tradición asegura que vivió en paz en Etiopía el resto de sus días, pues, como ya hemos mencionado, hoy podemos admirar su sepulcro familiar cerca de la Oficina de Información Turística de Aksum. El sepulcro se encuentra rematado por uno de los obeliscos más antiguos de la capital salomónica. Tradiciones posteriores aseguran que santo Tomás llegó a Etiopía tras la muerte y resurrección de Jesús, donde se encontró con el rey Baltasar, quien le pidió ser bautizado…

De forma independiente al momento exacto en el que nació su leyenda, cabe destacar que la tradición ha dado también un cruel final a los Reyes Magos. Según la creencia popular, nuestros protagonistas fueron bautizados por Santo Tomás y comenzaron a predicar el Evangelio por la India.

Según Juan de Hildesheim («El libro de los Reyes Magos») «consagró obispos a los tres Reyes y ellos, a su vez, eligieron entre las gentes del pueblo a personas sin mancha y las ordenaron obispos y sacerdotes». Estos, posteriormente, peregrinaron por multitud de pueblos. Algo que les causó no pocos problemas hasta que, finalmente, acabaron muriendo martirizados.



“Te traigo mirra, porque reconozco en ti al Hijo de Dios que ha de sufrir y derramar su sangre por salvar a la humanidad doliente”.

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