Entre el escándalo y lo erótico: las Gladiadoras.



Sin precedentes en ninguna cultura antigua previa a Roma, el espectáculo de las mujeres gladiadoras se convirtió en un entretenimiento dispensado sólo por aquellos organizadores más ricos. Denostadas por representar una imagen totalmente contraria al prototipo ideal de feminidad en Roma, pero al mismo tiempo objeto de deseo, las fuentes clásicas nos proporcionan diferentes referencias a ellas, las cuales demuestran su similitud con las luchas de hombres en la arena.

Sabemos que las mujeres espartanas aprendían desde la niñez a manejar la espada, y que las mujeres escitas eran duchas en el manejo del arco a caballo, pero el enfrentamiento de mujeres armadas como forma de entretenimiento resulta exclusivo de la Roma antigua. Si seguimos a Nicolás de Damasco (Atl. 4.153), las mujeres gladiadoras existieron desde el comienzo de esta actividad violenta, cuando tenía como fin exclusivo la honra funeraria.

A pesar de que no podemos precisar el momento exacto en el que las gladiadoras comenzaron a formar parte de los munera gladiatoria, podemos afirmar que el paso ya se había dado a principios de nuestra era, ya que una ley del año 11 d.C. prohibía a las mujeres nacidas libres menores de 20 años aparecer en la arena; ley que fue complementada en el año 19 d.C., extendiéndose la prohibición a hijas, nietas y biznietas de senadores, así como a esposas, hijas y nietas de equites.

Con menor difusión que sus pares masculinos, quizás porque su precio era más elevado y porque las esclavas solían destinarse preferentemente a otras tareas, las fuentes con las que contamos para conocer a las gladiadoras son pocas, aunque suficientes para demostrar que se trataba de un espectáculo que no resultó ajeno ni puntual.

Así, gracias a Tácito (Ann. 15.32) y Dión Casio (62.17.3) sabemos que Nerón ofreció diversos espectáculos en los que participaron mujeres gladiadoras, entre ellas algunas de origen etíope. En el año 80 a.C., Marcial (Spect. 6) habla de la presencia de mujeres luchadoras en la arena en la inauguración del Anfiteatro Flavio. Contamos también con el testimonio de Estancio, Juvenal y Suetonio. Por otro lado, las mujeres no sólo lucharon en la arena en la Urbs, sino que también lo hicieron en otros puntos del Imperio; así, en el s. II d.C. Hostiliano se jacta de ser el primero en llevar la lucha femenina a Ostia (CIL, IX 2237).



Sabemos por Juvenal que las mujeres que se enfrentaban a la muerte en la arena recibían, al igual que ocurría con los hombres, un entrenamiento específico. Sin embargo, el que no existiera en el vocabulario romano una palabra específica para referirse a las gladiadoras señala que su número debía ser muy reducido en comparación con el de los luchadores masculinos.

Entre estas mujeres puede que no sólo hubiera esclavas, sino también mujeres de la aristocracia, feminae para las fuentes, que se entrenasen por diversión o por considerarlo un entretenimiento exótico, y que en su mayoría no considerasen participar en los munera. Además de las esclavas, mujeres libres de las clases bajas se enfrentarían en la arena con el objetivo de ganar dinero.

Parece ser que las gladiadoras sólo se enfrentarían en la arena a otras mujeres, con el objetivo de no presentar combates excesivamente desiguales. La excepción la suponen los combates en grupo, donde podrían aparecer algunas mujeres, a las que se darían facilidades como ir montadas en un carro.

Las fuentes que poseemos nos las muestran en los papeles de provocatrices, essedariae y venatrices. Parece por lo tanto que no existían diferencias con respecto a los gladiadores. Además, llevaban el pelo corto, al igual que ellos -suponemos que también pos cuestiones prácticas-. Por otro lado, se ha sugerido que, con la intención de asemejarlas a las míticas amazonas, en ocasiones combatiesen con un pecho al descubierto, aunque es algo que no puede probarse por el momento.

Por su excepcionalidad, la lucha entre mujeres en la arena se convirtió en un espectáculo que solamente podían patrocinar los más ricos. Criticadas por autores como Estancio porque representaban una inversión de los roles de género, fueron puestas como ejemplo de la decadencia de los valores tradicionales. Al mismo tiempo eran figuras cargadas de erotismo, relacionándose en este sentido con la imagen de las salvajes amazonas.

No obstante, por encima de todo ello los romanos disfrutarían de las luchas entre mujeres al igual que lo hacían con las masculinas, añadiendo un toque de erotismo a un espectáculo “deportivo” que entusiasmaba a la sociedad romana.

Las mujeres también podían ganar dinero con los espectáculos de gladiadores. Conocemos el nombre de algunas propietarias de este tipo de esclavos luchadores, como la esposa de Décimo Junio Valente, que hacia el año 70 d.C. se hizo en Puteoli con el jinete Onusto y el tracio Sagato (CIL, IV 8590).

Así mismo, sabemos de mujeres que organizaron espectáculos de gladiadores, ya fuera en honor de familiares fallecidos o en su propio nombre. Ejemplos los encontramos en Licinia, Aponia (CIL, II 1471), o Agusia Priscila. Estas mujeres no pudieron obtener beneficio político directo del patronato de los juegos, como sí hacían los hombres que los organizaban, pero sin duda afianzaron su prestigio y el de sus familias, consiguiendo quizás ciertos privilegios, si no directamente para ellas mismas, sí para algunos de sus parientes masculinos. Por otro lado, no podemos descartar que se tratase de simples ostentaciones de riqueza.

A estas mujeres hay que añadir a todas aquellas que asistieran como público a los espectáculos de gladiadores, no sólo como meras espectadoras sino también con el objetivo de hacer algún tipo de negocio (prostitutas, músicas, vendedoras ambulantes…). Así, vemos cómo los munera gladiatoria, lejos de ser un ámbito exclusivamente masculino, como se podría pensar, fueron en Roma también cosa de mujeres. Luchando hasta la muerte, invirtiendo enormes sumas de dinero en su organización, o disfrutando de sangrientos espectáculos, la presencia femenina en la arena fue múltiple.

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