El desnudo artístico y el arte erótico
Las calles de las grandes ciudades de los países católicos, desde Buenos Aires hasta Roma pasando por Madrid o Barcelona, están llamativamente adornadas por los más sofisticados anuncios de lencería íntima o de mínimos trajes de baño, o si anuncian cerveza o whisky, a menudo quienes aparecen en los anuncios lucen también un muy escaso vestuario. No suele suceder así en las ciudades angloamericanas, que son de tradición puritana. La tradición católica ha convivido con el desnudo bastante bien quitando y poniendo estratégicas hojas de parra al vaivén de los cambios de la sensibilidad cultural en esta materia, incluida la Capilla Sixtina.
La enseñanza de la Iglesia Católica en todo este campo "no es efecto de una mentalidad puritana ni de un moralismo estrecho, así como no es producto de un pensamiento cargado de maniqueísmo": no está en contra del desnudo artístico, sino radicalmente en contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. A este respecto, vale la pena —me parece— recordar la luminosa enseñanza de Juan Pablo II en su catequesis de 1981:
En el decurso de las distintas épocas, desde la antigüedad —y sobre todo, en la gran época del arte clásico griego— existen obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza —incluso aquella "suprasensual"— de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación , que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras —que por su contenido no inducen al "mirar para desear" tratado en el Sermón de la Montaña—, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la "pureza del corazón".
Digámoslo con otras palabras, el desnudo es —puede ser cuando es artístico— hermoso, muy hermoso e incluso tira de nosotros "hacia arriba": es un elemento de sublimación. A mí me gusta recordar el comentario incidental que hace Juan Pablo II en su encíclica Mulieris dignitatem con ocasión del relato bíblico de la creación de Eva. Recordáis la escena: Dios ha infundido un sueño profundo a Adán y forma de su costilla a Eva. Al despertarse Adán y ver a Eva desnuda enfrente de él, grita: "¡Guau! ¡Eres carne de mi carne y hueso de mis huesos!" y añade el Papa: "La exclamación del primer varón al ver la mujer es de admiración y de encanto: abarca toda la historia del ser humano sobre la tierra". Aquel grito de Adán lleno de admiración y de encanto atraviesa la historia de la humanidad y llega, sin duda, hasta nosotros hoy.
Sin embargo, prosigue Juan Pablo II en el texto antes comentado, hay también producciones artísticas —y quizás más aún reproducciones [fotografías]— que repugnan a la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto —pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad—, sino por causa de la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. Sobre ese modo y cualidad pueden incidir tanto los diversos aspectos de la obra o de la reproducción artística, como otras múltiples circunstancias más de naturaleza técnica que artística.
Es bien sabido que a través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, la intencionalidad fundamental supone una reducción a rango de objeto, de objeto de "goce", destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma . Esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y de la reproducción.
Este texto de Juan Pablo II —y otros muchos suyos que se podrían aportar desde su libro Amor y responsabilidad — sugiere claramente que los problemas no están en el desnudo, sino en la intencionalidad del autor que reduce el cuerpo a objeto de goce para satisfacer su concupiscencia o la concupiscencia del espectador en lugar de ser genuina expresión de la intimidad personal.
Gentileza de: http://temasteologicosyfilosoficos.blogspot.com
La enseñanza de la Iglesia Católica en todo este campo "no es efecto de una mentalidad puritana ni de un moralismo estrecho, así como no es producto de un pensamiento cargado de maniqueísmo": no está en contra del desnudo artístico, sino radicalmente en contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. A este respecto, vale la pena —me parece— recordar la luminosa enseñanza de Juan Pablo II en su catequesis de 1981:
En el decurso de las distintas épocas, desde la antigüedad —y sobre todo, en la gran época del arte clásico griego— existen obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza —incluso aquella "suprasensual"— de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación , que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras —que por su contenido no inducen al "mirar para desear" tratado en el Sermón de la Montaña—, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la "pureza del corazón".
Digámoslo con otras palabras, el desnudo es —puede ser cuando es artístico— hermoso, muy hermoso e incluso tira de nosotros "hacia arriba": es un elemento de sublimación. A mí me gusta recordar el comentario incidental que hace Juan Pablo II en su encíclica Mulieris dignitatem con ocasión del relato bíblico de la creación de Eva. Recordáis la escena: Dios ha infundido un sueño profundo a Adán y forma de su costilla a Eva. Al despertarse Adán y ver a Eva desnuda enfrente de él, grita: "¡Guau! ¡Eres carne de mi carne y hueso de mis huesos!" y añade el Papa: "La exclamación del primer varón al ver la mujer es de admiración y de encanto: abarca toda la historia del ser humano sobre la tierra". Aquel grito de Adán lleno de admiración y de encanto atraviesa la historia de la humanidad y llega, sin duda, hasta nosotros hoy.
Sin embargo, prosigue Juan Pablo II en el texto antes comentado, hay también producciones artísticas —y quizás más aún reproducciones [fotografías]— que repugnan a la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto —pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad—, sino por causa de la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. Sobre ese modo y cualidad pueden incidir tanto los diversos aspectos de la obra o de la reproducción artística, como otras múltiples circunstancias más de naturaleza técnica que artística.
Es bien sabido que a través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, la intencionalidad fundamental supone una reducción a rango de objeto, de objeto de "goce", destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma . Esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y de la reproducción.
Este texto de Juan Pablo II —y otros muchos suyos que se podrían aportar desde su libro Amor y responsabilidad — sugiere claramente que los problemas no están en el desnudo, sino en la intencionalidad del autor que reduce el cuerpo a objeto de goce para satisfacer su concupiscencia o la concupiscencia del espectador en lugar de ser genuina expresión de la intimidad personal.
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