La historia poco conocida de Los cristianos del Sol Naciente



Kirishitan (en katakana キリシタン, en kanji por escritura fonética 吉利支丹 o 切支丹) significa cristiano(s) en japonés y hoy es usado como un término historiográfico en los textos japoneses para los cristianos en Japón en los siglos XVI y XVII. La palabra kirishitan proviene del portugués cristão (cristiano). Además, los misioneros eran conocidos en Japón como bateren, pateren (ambos provenientes de padre) o iruman (de irmão, hermano). La ortografía moderna para el cristianismo en Japón es kurisuto kyo キリスト教.

El artículo Historia del catolicismo en Japón trata sobre el cristianismo en el Japón de esa época. Las actividades misioneras católicas en Japón comenzaron en 1549 desempeñadas exclusivamente por los jesuitas auspiciados por los portugueses hasta que las órdenes mendicantes auspiciadas por los españoles lograron entrar a Japón en el periodo de los Reinos Combatientes. El cristianismo fue perseguido en numerosas partes del país, ocurriendo matanzas; los cristianos eran considerados una secta y celebraban sus ritos en cuevas y sitios ocultos. El cristianismo dejó de existir públicamente en la Era Tokugawa en el siglo XVII.

Barcos portugueses comenzaron a llegar a Japón en 1543, y la actividad de los misioneros en Japón comenzó en serio en 1549, principalmente por jesuitas patrocinados por Portugal, hasta órdenes mendicantes, apoyadas por España, como los franciscanos y los dominicos, entraron a Japón. De los 95 jesuitas que trabajaban en Japón hacia 1600, 57 eran portugueses, 20 eran españoles y 18 italianos. San Francisco Javier,Cosme de Torres (un sacerdote jesuita) y el padre Juan Fernández fueron los primeros que llegaron a Kagoshima con la esperanza de llevar el cristianismo católico a Japón. En su apogeo, se estima que había cerca de 300.000 cristianos en Japón. El catolicismo fue posteriormente perseguido en varias partes del país y dejó de existir públicamente en el siglo XVII.

Los diferentes grupos de laicos apoyaron la vida cristiana en la misión japonesa, por ejemplo: los dōjuku, los kanbo y los jihiyakusha ayudaron a los clérigos en actividades como la celebración de la liturgia dominical en ausencia del clero ordenado, la educación religiosa, la preparación de las confesiones y el apoyo espiritual de los enfermos. A finales del siglo XVI los kanbo y los jihiyakusha tenían responsabilidades similares y también organizaban funerales y bautizaban niños con el permiso para bautizar de Roma. El kanbo era el que había abandonado la vida secular, pero no tomaba formalmente los votos, mientras que el jihiyakusha se casaba y tenía una profesión.

Estos grupos fueron fundamentales para la misión y ellos mismos dependían tanto de la jerarquía eclesiástica, así como los señores de la guerra que controlaban las tierras en las que vivían. Por lo tanto, el éxito de la misión japonesa no puede explicarse sólo como el resultado de la acción de un grupo de misioneros o de los intereses comerciales y políticos de unos pocos daimyos y los comerciantes. Al mismo tiempo los misioneros se enfrentan a la hostilidad de muchos otros daimyo. El cristianismo desafiaba la civilización japonesa. Una comunidad laica militante, la principal razón para el éxito misionero en Japón, fue también la razón principal de la política anticristiana del bakufu Tokugawa.

A finales del siglo XVI la misión japonesa se había convertido en la mayor comunidad cristiana en el extranjero, que no estaba bajo el dominio de una potencia europea. Su singularidad se destacó por Alessandro Valignano que desde 1582 promovió un compromiso más profundo en la cultura japonesa. Japón era entonces el único país extranjero en el que todos los miembros de esas cofradías eran nativos, como era el caso de las misiones cristianas en México, Perú, Brasil, Filipinas o la India, a pesar de la presencia de una elite colonial.

La mayoría de los cristianos japoneses vivían en Kyushu, pero la cristianización no era un fenómeno regional y tuvo un impacto nacional. A finales del siglo XVI era posible encontrar personas bautizadas en prácticamente todas las provincias de Japón, muchos de ellas organizadas en las comunidades. En la víspera de la batalla de Sekigahara (ocurrida el 21 de octubre de 1600), 15 daimyos fueron bautizados, y sus dominios se extendían desde Hyuga en el sureste de Kyushu a Dewa en el norte de Honshu. Cientos de iglesias se construyeron en todo Japón.

Aceptado a escala nacional, el cristianismo también fue un éxito entre los diferentes grupos sociales desde los pobres hasta los ricos, campesinos, comerciantes, marineros, guerreros o cortesanas. La mayor parte de las actividades diarias de la Iglesia fueron hechas por los japoneses desde el principio, dando a la Iglesia una cara japonesa nativa y esta fue una de las razones de su éxito. Para 1590 había 70 hermanos nativos en Japón, la mitad de los jesuitas en Japón y el 15% de todos los jesuitas que trabajaban en Asia.

En junio de 1592 Toyotomi invadió Corea, entre sus principales generales estaba el daimyo cristiano Konishi Yukinaga. Las acciones de sus fuerzas en la masacre y la esclavitud de muchos coreanos eran indistinguibles de las fuerzas japonesas no cristianas que participaron en la invasión. Después de la muerte de Toyotomi y la derrota de Konishi en la batalla de Sekigahara, éste se negó a cometer seppuku por sus creencias, en lugar de terminar su propia vida escogió la captura y la ejecución.

La guerra de 1592 entre Japón y Corea también proporcionó a los occidentales una rara oportunidad de visitar Corea. Bajo las órdenes de Gomaz, el jesuita Gregorious de Céspedes llegó a Corea con un monje japonés a los efectos de administrar a las tropas japonesas. Permaneció allí durante aproximadamente 18 meses, hasta abril o mayo de 1595, siendo así el récord como el primer misionero europeo en visitar la península de Corea, pero no pudo hacer avances. Las Cartas Anuales de Japón hicieron una contribución sustancial a la introducción de Corea a Europa, San Francisco Javier se había cruzado camino con los enviados de Corea a Japón durante 1550 y 1551.

Las misiones japonesas eran económicamente autosuficientes. Las cofradías de Nagasaki se convirtieron en instituciones ricas y poderosas que cada año recibían grandes donaciones. La hermandad creció en número a más de 100 en 1585 y 150 en 1609. Controlado por la élite de Nagasaki, y no por los portugueses, tenía 2 hospitales (1 de leprosos) y una gran iglesia. En 1606, ya existía una orden religiosa femenina llamada Miyako no Bikuni (monjas de Kioto), que aceptaba conventos coreanos como Marina Pak, bautizada en Nagasaki.19 Nagasaki fue llamada “la Roma de Japón” y la mayoría de sus habitantes eran cristianos. Para 1611 tenía 10 iglesias y se dividía en 8 parroquias incluyendo una orden específicamente coreana.

El último número de la revista «Jesus», publicación de actualidad religiosa de la San Paolo, dedica a los «cristianos escondidos» un reportaje muy interesante de Roberto Pacifico, que fue a buscar a los herederos de aquella comunidad, que permaneció aislada mucho tiempo del resto de la Iglesia católica y que, incluso hoy en día, sigue siendo una realidad muy peculiar.

Se lee en «Jesus»: «Los católicos oficiales y los «Kakure Kirishitan» siguieron viviendo en dos dimensiones paralelas durante 150 años. «En 2010, algunos católicos y cripto cristianos (otro de los nombres con los que se conocen los «Kakure Kirishitan») se reunieron en el bosque de Sotomé para rezar juntos por la paz, cada quien a modo suyo. Fue un primer paso para acercarnos», explica sor Rumiko Kataoka, rectora de la Junshin Catholic University de Nagasaki, estudiosa del cristianismo en Japón y del fenómeno de los «Kakure Kirishitan».

Los orígenes de los «cristianos escondidos» se remontan a un periodo muy difícil de la historia japonesa. Tras la predicación de San Francisco Javier en la tierra del Sol Levante, indica el reportaje de «Jesus», «además de los pobres, comenzaron a pedir el Bautismo personas de clases más acomodadas […] Pero, a partir de 1614, con la llegada del «shogun» (dictador militar) Toyomi Hideyoshi, el cristianismo fue prohibido del país.

Fue enconces cuando comenzaron las primeras persecuciones, que se convirtieron poco a poco en una situación violenta y cruel». En 1637 hubo una gran revuelta en la ciudad de Shimabara, al sur de Nagasaki. En un principio, los desórdenes nacieron debido a situaciones económicas y sociales, pero las autoridades aprovecharon la situación para acusar a los cristianos, «que eran la mayor parte de los revoltosos, simplemente porque en esa zona el cristianismo había llegado al 70 % de la población», y que posteriormente habrían sido perseguidos. Es una página dramática de la historia japonesa, que en 2009 el escritor Rino Camilleri revivió en su novela histórica «El crucifijo del samurai».

Pues bien, después del martirio del último sacerdote en el país, en 1644, comenzó la epopeya de los «cristianos escondidos», que, justamente, decidieron continuar viviendo su fe en secreto y fingiéndose a veces shintoistas o budistas para no tener problemas. El mundo habría descubierto la existencia de los «Kakure Kirishitan» casi dos siglos y medio más tarde, cuando la Iglesia subterránea japonesa resurgió del largo silencio durante la inauguración de la Iglesia de Oura (cerca de Nagasaki), que el gobierno de Tokio concedió a los misioneros franceses.

El 17 de marzo de 1865, mientras se encontraba rezando dentro de la Iglesia, el padre Bernard Petitjean (de las Misiones Exteriores de París y que se convertiría en el primer obispo de Nagasaki) fue disturbado por un pequeño grupo de campesinos del lugar que le preguntaba si era posible saludar a Jesús y a María. Después de un primer momento de sorpresa, el sacerdote pidió que le contaran su historia y descubrió la existencia de una comunidad cristiana numerosa en el país, que había permanecido en silencio desde los tiempos de la persecución del siglo XVII.

El ejemplo de los cristianos japoneses ha sido recordado por Papa Francisco en más de una ocasión: en la audiencia del 15 de enero dijo: «es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Escuchen bien: sufrió una dura persecución a principios del siglo XVII. Hubo numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y miles de fieles fueron asesinados. En Japón no había ningún sacerdote, todos fueron expulsados. Entonces la comunidad se retiró en la clandestinidad, conservando la fe y la oración a escondidas, y cuando nacía un niño, el papá y la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros nos podemos bautizar. Cuando, después de casi dos siglos y medio, volvieron los misioneros a Japón, miles de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo volver a florecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Pero, esto es grande, ¿eh? El Pueblo de Dios conserva la fe y sigue adelante. Habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había convertido en un solo cuerpo en Cristo; estaban aislados y escondidos, pero eran miembros del Pueblo de Dios, de la Iglesia. ¡Podemos aprender mucho de esta historia!»

En enero de 2015, en Nagasaki (la ciudad japonesa que cuenta con la comunidad católica más fuerte de todo Japón), en ocasión de los 150 años del resurgimiento de los cristianos japoneses, se inaugurará un museo para celebrar y recordar a los «Kakure Kirishitan».


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