Exordio al...



El hombre corre desesperadamente por un oscuro callejón desconocido. Obscuros pensamientos lo persiguen desde hace mucho tiempo. Él conoce a sus enemigos. Secuencialmente comienzan a desfilar por su atormentada razón. Un frío atroz en su cuerpo – y en su alma. ¿Para que correr? Tarde o temprano alguno lo alcanzará y será muy difícil que pueda evitarlos.
Le gritan, pero hace como si no los oyera.
Lo llaman, pero él elude esa convocatoria.
Ahora es él el que grita. Un sudor helado empaña su mirada inane. Trata asirse de algo, defenderse con cualquier cosa, pero el vacío es la totalidad que lo rodea. Está más solo que nunca – o como nunca imaginó estarlo -. Busca en su pecho aquella vieja medalla que le regalara su amada madre el día de su confirmación y no la encuentra. En el cielo lóbrego, bandadas siniestras como el crepúsculo revolotean sobre sus espaldas ya vencidas.
Nada es real.
Llora. Y sabe que las lágrimas son señal de derrota, pero no las puede contener.
Se acerca al final del callejón y cae. No pudo llegar a la tan anhelada salida.
Sus enemigos admiran su fortaleza pero se saben vencedores. Uno a uno se arrojan sobre él y lo devoran cual bestias sacadas de las más horrendas mitologías.
Cansancio, fracaso, oscurantismo, delirio, inseguridad, dolor, enfermedad, muerte comparten un nuevo banquete...
Fede Maurantonio

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